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Tengo amigos de todas las tendencias políticas. Lilas, rojos y amarillos, que diría Serrat. Pero en cada reunión, sea cual sea la posición mayoritaria, siempre ... hay alguien que exige saber dónde estaba Carlos Mazón en la tarde del 29 de octubre y qué hacía. Cada vez que lo escucho me pregunto para qué sirve esa cuestión y así se lo hago saber a quien reclama que revele con quién y qué estaba haciendo, o bien que dimita. Como si fuera relevante el qué para las víctimas. Como si la dimisión solucionara algo, o su continuidad actual le garantizara el futuro. Personalmente, me da igual dónde y con quién estuvo toda la tarde. Ni entro a comentar ni exijo saberlo. Es puro morbo disfrazado de justicia poética. La única certeza que tengo es que no estaba donde debía ni estaba centrado en lo que tocaba. Pero ni él ni muchos otros. Me cuesta entender que cualquier mortal, como la arriba firmante, tuviera el corazón en un puño leyendo y viendo las noticias de lo que iba pasando en Chiva, en Utiel o en Buñol y nuestros dirigentes pudieran estar en otra cosa. No conseguí despegarme en todo el día de la pantalla para saber cómo evolucionaba la dana y del móvil, para garantizarme que mis allegados estaban a salvo. Será que soy una drama queen pero no tenía cabeza para otra cosa teniendo a seres queridos en la zona. Al parecer, nuestros políticos, sí la tienen.
Es la misma sensación de estupor que viví con la pandemia cuando solo con leer las noticias que llegaban de Italia me preguntaba por qué nadie decretaba el confinamiento. Mientras, decidí no ir ni a manifestaciones del 8 de marzo ni a mascletás de Fallas. Si una simple ciudadana, solo con el relato de los medios de comunicación, veía que aquello era muy gordo, ¿cómo podían estar más desinformados nuestros dirigentes, que tienen infinitamente más datos, como para no tomar medidas ni poner controles en los aeropuertos?
Con la dana me pasa lo mismo. Me cuesta aceptar que ni los ayuntamientos ni el gobierno valenciano ni el gobierno central tenían suficiente información. Bastaba con leer la prensa, con ver las imágenes que iban llegando, y escuchar a los meteorólogos explicando las condiciones atmosféricas para entender que la alerta era inusual. Si eso lo sabía alguien solo con la prensa, ¿cómo intentan hacernos creer que nada hacía pensar en que no era un día normal? ¿cómo siguieron con su agenda como si no pasara nada? Me da igual que fueran las 20.28. O nueve horas después. No estuvieron en lo que tocaba, esto es, al servicio de los ciudadanos. Ni entonces ni ahora.
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