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La escena con la que se ejemplifica la hipocresía política suele ser la del líder besando a un niño durante la campaña electoral. Se da ... por hecho que en ese periodo se muestra cercano y entrañable, aunque en verdad solo lo hace por conseguir el voto. Sin embargo, no es más que un tópico que intenta mostrarlo falsamente sensible hacia los más pequeños y vulnerables. En realidad, el mayor fingimiento no se produce acariciando la tierna cabecita de un bebé sino apapachando al compañero de filas o al aliado fiel. Eso sí es una escena preparada para convencer.
Así lo mostraron el otro día las dos vicepresidentas que llevan semanas a cara de perro a cuenta del SMI y su impacto fiscal. Mª Jesús Montero y Yolanda Díaz se abrazaron efusivamente durante la presentación del documental 'La conquista de la Democracia' en lo que parecía un video 'fake' como el que circuló en Navidad con enemigos políticos compartiendo jersey de renos y fuego del hogar. En este caso no era una imagen producida por inteligencia artificial sino natural, pero el resultado era igual de 'fake'. «Nos queremos mucho», dijo Díaz, después de haber renegado durante días de la ministra de Hacienda. También Montero se lanzó a darle dos besos ante las cámaras, aunque hubiera defendido que la posición de Díaz era de alguien que no había estudiado «tributario». Se quieren mucho, dicen, se quieren pero bien lejos.
En el caso de Díaz llueve sobre mojado. Me pregunto quién continúa a su lado después de un tiempo, teniendo en cuenta que desde que llegó al gobierno (e imagino que antes en Galicia) solo ha hecho que señalar enemigos e intentar apartarlos. Lo hizo con la anterior ministra de Economía, Nadia Calviño; lo ha hecho con el actual, Carlos Cuerpo, del que llegó a insinuar que era «mala persona»; lo hizo con los compañeros de Podemos en bloque, creando un partido nuevo sobre las cenizas de aquel y vetando a la musa de Iglesias, Irene Montero, tras el fracaso de la ley del «solo sí es sí», y si no lo hace con Sánchez es solo porque es el cordón umbilical que le nutre de poder. El abrazo de Díaz es como la palabra de Sánchez, una señal inequívoca de que va a defender lo contrario. Quizás por eso se reconocen ambos en un terreno pantanoso. Díaz necesita de él para tocar poder que es lo que realmente busca; y Sánchez prefiere tenerla cerca, vigilada y neutralizada para evitarse problemas a su izquierda y finiquitar a Podemos. Le sirve incluso para lanzar globos sonda gratis. Ella cacarea exigiendo progresismo y él fagocita sus propuestas sin coste alguno.
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