La ambición cetrina
Entre vivir y ser Alejandro Magno, yo me quedo con vivir
Conozco a gente que puso el cava a enfriar el jueves por la mañana. Son tan ingenuos que creyeron que un informe de la UCO ... iba a tumbar a Pedro Sánchez. Son los mismos que en las últimas generales se entusiasmaron durante horas debatiendo en qué restaurante celebrarían la caída del líder socialista. Y acabaron con un «copazo» para calmar los nervios con la amnistía y los votos de Puigdemont. Ya les advertí que Sánchez no se va ni con agua caliente, pero aún así pusieron sus esperanzas en la rueda de prensa lacrimógena que dio en la sede de Ferraz el pasado jueves. Y terminaron con la estupefacción de un novato al escuchar que no dimitía. Me callé ese «os lo dije» que tocaba, porque siempre he odiado al listillo que ya lo dijo todo antes de que ocurriera.
Yo ya no espero nada de Pedro Sánchez. Nada bueno, quiero decir. Solo una ambición fuera de toda racionalidad. Al menos, para mí. Puedo entender a los avariciosos, a los golosos y hasta a los lujuriosos. Pero no consigo meterme en la cabeza de los ambiciosos ciegos que solo viven para alcanzar y mantener el poder. Nunca me ha atraído la erótica del poder. La avaricia permite, a base de lograr recursos, disfrutar de ellos en lo que más nos gusta; la gula y la lujuria se describen por sí mismas, son puro placer. Pero el poder no proporciona más placer que dominar a los demás, es decir, evidencia la debilidad, no la fuerza.
Solo el acomplejado, el donnadie o el «poca cosa» necesita demostrar a todos y siempre que está por encima. Es algo que ni preocupa ni interesa a quien se siente bien en sí mismo sin necesidad de imponerse a nadie. Será que yo no tengo ambición. Es algo que suele verse como un defecto y hay quien lo reprocha a su pareja o a su hijo: «Es que no tienes ambición», como si fuera una acusación de ser un 'meninfot'. Pues yo no la tengo, pero no la contemplo como un problema, al contrario, creo que es una ventaja. Cuando veo a gente a mi alrededor que «mata» por un cargo, por un ascenso o por una promoción, dejándose la vida, la familia o la paz interior en ello, me pregunto si realmente les compensará. Imagino que sí; de lo contrario no lo harían. Tanto como para sacrificar a las personas que valen la pena, los pequeños placeres cotidianos y el saborear lo bonito de una vida sencilla.
En el fondo, la gente como Sánchez me entristece. Nadie puede llevarse una poltrona a la otra vida. Y solo unos cuantos poderosos han pasado realmente a la Historia. Y, muchos menos, por razones positivas. Entre vivir y ser Alejandro Magno, yo me quedo con vivir.
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