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No me di cuenta de que era la puerta de un hotel hasta que miré, con curiosidad, hacia el lugar en el que entraban todos ... esos bomberos. Eran las ocho de la tarde y de un autobús bajaban decenas de ellos con cara de cansados, una pequeña mochila al hombro y una bolsa de plástico en la mano. Supuse que era la cena. Poco me pareció, si es que eran los típicos bocadillos para llevar, después de todo lo que están haciendo a diario por los valencianos. Me dieron ganas de aplaudirles aun a riesgo de que la policía local viniera a preguntarme si me había tomado la medicación. Es lo que tiene la normalidad de Valencia, que parece feo aplaudir a quienes están ayudando a los de la otra orilla del río. Una tontuna que resulta lógica, sin embargo, entre el barro y el agotamiento de los vecinos.
En pandemia, salíamos a los balcones y aplaudíamos a nuestros sanitarios. Era un momento especial en el que nos sentíamos parte de una sola familia, la humana, agradeciendo la generosidad de nuestros compatriotas que se jugaban, literalmente, la vida por los demás. Desde el balcón no había pudor y nos mirábamos entre vecinos asintiendo con convicción, al compartir ese calor casi fraternal que nos unía. Lo malo llegó cuando empezamos a salir a la calle y el aplauso nos pillaba de camino a algún sitio. El gesto natural y cómodo del balcón se tornó en algo molesto e inoportuno por la calle. Y, al final, dejamos de aplaudir. Y, lo que es peor, dejamos de valorar a nuestros médicos, enfermeras o celadores hasta el punto de que, en algunos centros de salud, tuvieron que poner seguridad para proteger al personal de las agresiones de algunos descerebrados.
Ya casi no nos acordamos, pero el personal sanitario, las fuerzas del orden, los militares y hasta los enterradores se pusieron en riesgo por atender a una catástrofe humanitaria como fueron las primeras semanas del COVID-19. Yo misma, durante meses, terminaba mis visitas médicas dando las gracias al personal por su trabajo. Ahora no se me ocurriría por miedo a parecer cursi y pelota, aunque no olvido que algunos perdieron la vida por curar la de los demás.
Me pasa lo mismo estos días con los efectivos de la UME, bomberos, policías, personal sanitario, de protección civil, fontaneros, agricultores, desatascadores o voluntarios. Y todos los que me haya dejado en la enumeración. Quisiera aplaudirles, agradecerles su esfuerzo o darles un abrazo. Ante el temor de excederme, me limito a sonreírles. Espero que lo entiendan. La sonrisa es una forma de abrazo. Y la memoria, una conserva de gratitud.
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