Hemos visto cientos de vídeos de la fatídica noche, pero hay uno que me espantó por lo bien que resumía lo ocurrido. En él, una ... mujer llamaba a gritos, desde un balcón, a un familiar o vecino, al ver que la riada asomaba por el fondo de la calle. Le decía: «¡Manolo, puja, que no et dona temps!». Sube, que no te da tiempo. En las imágenes, decenas de vehículos, con gente dentro, atoraban la calle; los comercios se veían encendidos, con clientes y dependientes asustados, y algunas personas corrían por las aceras intentando llegar a casa. Pero la clave la tenía ese grito: ¡que no te da tiempo! Eso fue lo que sucedió, entre el aviso y el ponerse a salvo solo mediaron minutos y, en algunos casos, ni eso. Da igual cuantas veces miráramos el mapa del tiempo con ese pedacito rojo en la pantalla. Rojo siempre indica que la alerta es altísima pero nunca la habíamos desvirtualizado. El color rojo era un símbolo, no una imagen. Desde el pasado 29 de octubre ya no podremos decir lo mismo. Ya le hemos puesto cara. Rojo significa tragedia.
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Quienes conocen muy bien lo que representa ese color son los meteorólogos, pero ellos no pueden decirnos que nos quedemos en casa. Nos pueden explicar las condiciones extraordinarias de la alerta, pero quienes toman las decisiones son otros. Y ese es el núcleo de la guerra de versiones y responsabilidades a la que hemos vuelto de nuevo -no importa en qué tragedia leas esto- y que tanto escuece. ¿De verdad la prioridad para Núñez Feijóo era reprochar no haber sido informado de la catástrofe como jefe de la oposición? He de admitir que me encorajinó como pocas veces. Como lo hace ver a los ministros del gobierno recordar, con papel de fumar, que las competencias son autonómicas. Aunque lo sean. De confirmarse que unos y otros han jugado a perjudicar al oponente, el descrédito sería inasumible. Como lo será si unos y otros usan a las víctimas para desgastar al contrario. El único color de hoy es el negro de los crespones. Ni el azul ni el rojo pueden hacer otra cosa que analizar, asumir y cambiar los procedimientos. Esos protocolos en los que se ampara Mazón. Cada vez me convenzo más de que un protocolo es el parapeto tras el que se protege quien se ha visto cuestionado por una mala actuación previa.
En la pandemia se intuía el horror con los contagios en Italia, pero no tomaron medidas. Del mismo modo, un río Magro multiplicado anunciaba catástrofe. Si el agua tenía que llegar al mar, había que proteger el camino. Y, en el trayecto, hubo tiempo. El que no tuvo Manolo para subir del garaje.
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