Se cumplen hoy 80 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. En los últimos tiempos, la recuperación de la memoria ha reivindicado, y con razón, que en el campo no solo fueron asesinados judíos -aunque, con casi un millón de víctimas constituyan ... el grupo más numeroso- sino también disidentes, intelectuales, homosexuales o gitanos. En definitiva, todos aquellos que el nazismo pretendía eliminar de la faz de la tierra. Se trataba de negar la existencia del otro por ser como era: por sus raíces, por sus ideas o por su condición sexual.

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Han pasado casi cien años y la conciencia de los derechos humanos se ha consolidado en ese tiempo como no lo había hecho en aquel 27 de enero del 45. La dignidad humana se reivindica hoy como un elemento esencial de toda persona al margen de sus condiciones, entorno o peculiaridades. Sin embargo, los esfuerzos por apartar a los 'diferentes' continúan presentes. Ya no es un intento de exterminarlos físicamente, salvo excepciones patológicas, pero sí de hacerles a un lado y, si es posible, fuera de nuestro entorno.

Lo estamos viendo con los inmigrantes, demonizados por Trump y por la extrema derecha europea; con quien se opone al poder, en las dictaduras americanas de nuevo cuño, o con los mismos judíos por el hecho de compartir comunidad con quien dirige las operaciones militares en Gaza. En este punto no diferenciamos a un gobernante de sus gobernados. Ni siquiera a quienes no son ciudadanos de Israel. Ser judío sigue siendo una condición sospechosa. Bien es verdad que la política de Netanyahu no ayuda, pero nadie atribuye los errores de Macron a todos los franceses ni los del propio Sánchez a todos los españoles. En el caso de Netanyahu, en cambio, no se involucra tanto a los israelíes como -lo que es peor- a todos los judíos del mundo. Con ello no solo se criminaliza a un grupo y se blanquea el antisemitismo sino que, además, se está rebajando la calificación moral del Holocausto. Si todo es Holocausto, nada lo es. Si toda acción tiene el mismo nivel de inmoralidad, nada es grave. El discurso público se cimenta, al parecer, en el supuesto de que la política israelí actual desmiente lo conocido hace ahora 80 años. La frivolidad con la que se usa el término «genocidio» aplicado a Israel pone en el mismo plano el intento de exterminar a un grupo simplemente por ser, con otras estrategias enfocadas, equivocadamente o no, a erradicar el peligro terrorista del entorno. Los errores y hasta los crímenes del Israel de hoy ni blanquean ni justifican lo sucedido en Auschwitz.

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