A veces, conviene no celebrar una conmemoración. Por muy notable y preparada que esté. Es la sensación que tuve el otro día cuando el gobierno se lanzó a celebrar con gran notoriedad la aprobación hace 20 años de la ley de Violencia de Género. Fue ... en el Reina Sofía de Madrid y contó con la presencia de Pedro Sánchez, quien no quiso perderse un acto en el que reafirmar sus raíces 'zapateristas'. Al fin y al cabo, la ley se aprobó durante el gobierno de Zapatero, en una línea de Igualdad que el PSOE quiere recuperar tras el paso de Podemos por ese departamento.
Publicidad
Es cierto que esa ley obligó a hablar, reflexionar, insistir y poner el foco sobre una lacra terrible de nuestra sociedad. No sabría decir si ha logrado sus objetivos o no; doctores tiene la iglesia y serán los especialistas quienes lo confirmen o desmientan, pero resultó inoportuna la complacencia 24 horas después de que un hombre matara a su mujer delante de sus hijos en Benalmádena. El acto estaba previsto de antemano lógicamente y no se podía anticipar la coincidencia con el crimen, pero hubiera sido un buen gesto de humildad institucional su suspensión. Con ello se hubiera enviado el mensaje de que, por muchos que sean los logros en ese terreno, cualquier daño a una mujer por el hecho de serlo es un debe en la cuenta del Estado y de toda la sociedad. Por tanto, no hay lugar para la complacencia ni la celebración. Cada mujer rescatada de ese infierno es el verdadero brindis para todos.
Ahora bien, reconociendo esa inoportunidad, la forma de evaluar la implantación de la ley exige algo más que la cifra de víctimas. Se trata de poner en valor a las supervivientes y a tantas que han logrado salir de ahí ayudando, además, a las que vienen por detrás. A menudo, nos quedamos en la satisfacción de un número, sobre todo, si éste es menor que el año anterior. Eso se puede aplicar a los asesinatos machistas o a las agresiones, pero es peligroso en otros conceptos como el de denuncias. La reducción del número de denuncias puede no significar una mejora sino todo lo contrario, que algunas mujeres duden de la efectividad de la denuncia o se sientan obligadas a callar. En violencia de género, además, no todo es la agresión física sino que existe mucho dolor oculto en el interior de las mujeres y de sus hijos. Por eso, aun siendo lo más grave, es inquietante que solo veamos la punta del iceberg, ese momento de violencia extrema que lleva a la muerte. La única razón para celebrar los 20 años de la ley es si esas dos décadas son veinte años menos de violencia machista.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El Diario Montañés
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.