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Supongo que son muchos los que asesoran a los reyes sobre las visitas a la zona afectada por la dana. Entre otros, imagino que los hay encargados de medir el impacto público que cada gesto puede tener en su imagen. Unos y otros están acertando, ... a juzgar por la reacción ciudadana del otro día en Catarroja. Nada de cámaras. Nada de políticos. Nada de aviso a los medios. En definitiva, nada de buscar la foto. Aunque esté calculada. Aunque se sepa que la habrá. No hay mejor improvisación que aquella que está bien preparada, ni foto más creíble que la tomada con el móvil de un particular asombrado por la oportunidad.
Fue la antítesis de la primera visita, viciada de origen porque se preparó. Una visita al uso. A los usos ancestrales que se han puesto en cuestión después de aquello. Una visita programada, anunciada y orquestada. Escenarios adecentados, en un entorno de caos y barro, solo para que pasara la comitiva. Una comitiva. No hay más preguntas, señoría.
En esta ocasión, en cambio, era una familia de Madrid que venía a ver a los primos de Valencia, para saber cómo están y qué necesitan. Y luego a comer en El Palmar. Nada de reservados en El Ventorro. En el comedor, como el resto de familias. Y, mientras se hace el arroz, un all i pebre. Felipe y Letizia, por un día, se comportaron como cualquier familia valenciana. Aunque no sea una familia como las demás. Y viéndolos en El Palmar, sospecho la llamada, o la visita, quizás, del chef José Andrés antes de volar a Estados Unidos. Una parada en Zarzuela a petición del rey o por iniciativa propia para explicarle que el entorno de la Albufera, de por sí delicado, está en grave riesgo si no se le da un empuje. Que hay que incentivar el turismo, el comercio y la revitalización de la zona si no queremos perderla. Y los monarcas, como ya hiciera la reina luciendo ropa o joyas de negocios de la zona afectada, deciden comer allí, a orillas del lago, sabedores de que el domingo que viene tendrán las reservas llenas gracias a quienes quieren compartir menú, mesa y anécdotas de la visita real.
Se trata de una operación de salvaguarda no solo del entorno sino de la propia institución. Hay que reconocer que los políticos se lo han ganado a pulso. El de Madrid, por excluir, ningunear y suplantar al rey; el de aquí, por no haber aprendido que ahora toca trabajar en silencio, sin cámaras ni redes sociales. Tampoco lo ha entendido la alcaldesa de Catarroja, enfadada por una visita privada. El rey se está desmarcando de una clase política manchada de barro. A ver si lo entienden.
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