Lo de Aitana Sánchez-Gijón fue lo que podemos llamar «finezza». No sé si por sus raíces italianas o por personalidad e inteligencia, pero la lleva puesta. «Finezza» es el modo como los italianos se refieren a la elegancia, la delicadeza, el buen gusto, la ... sutileza. Es el término con el que podemos definir su modo de introducir el alegato político en la Gala de los Goya. Juntar en la misma frase «Premios Goya» y «sutileza política» es una contradicción en los términos, pero Aitana lo supo hacer. En su discurso de agradecimiento por el Goya de Honor dijo, citando a Marisa Paredes: «no hay que tener miedo a la cultura, hay que tener miedo a la ignorancia, a la indiferencia, a la mentira, al fanatismo y a la violencia. Hay que tener miedo a la guerra». Y luego añadió, como cosa propia: «hay que tener miedo a los nuevos imperialismos y a las limpiezas étnicas». Ahí quedó. Cada cual pudo interpretar lo que quiso. Nada que ver con otros modos de hacer presentes todo tipo de causas. Desde el «free Palestina» con el que Miguel Ríos dinamitó su presencia en la Gala, justo en el día en que Hamás acababa de liberar a un rehén, Eli Sharabi, casi en los huesos, para enterarse de que los terroristas mataron a su mujer y sus dos hijas en la masacre del 7 de octubre, hasta las pegatinas en la solapa y las reverencias verbales al gobierno por sus leyes sociales. Pero a Karla Sofía Gascón que ni se lo ocurriera aparecer. El fanatismo no tiene nada que ver con ella. Ni tampoco el que la ha excluido de la carrera a los premios es denunciable para quienes se pasan el día dando lecciones de moral. Sé que no es nada nuevo. Goyas y política van de la mano. Y no me parece mal. Los artistas no tienen por qué callar ni ocultar su posicionamiento político o social. Ni éste o sus opciones vitales tienen que enturbiar el juicio sobre sus cualidades artísticas. Sea Valtònyc o Woody Allen. Lo que sí me gustaría es que lo expusieran con más altura. Con la «finezza» de Sánchez-Gijón. Con la excelencia que se le exige a un profesional de la Cultura. Es decir, considerando al espectador un ser inteligente capaz de interpretar las metáforas, los juegos de palabras, los sinónimos o el campo semántico de un término. Y él mismo un intelectual capaz de entrar en debate sobre la realidad, sin simplismos ni eslóganes baratos. Dando la réplica a una política que se conforma con frases de sobre de azúcar. Un artista no puede buscar aplausos como quien capta votos. En eso ha de diferenciarse del político. El creador debe dar profundidad incluso a un mitin.

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