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Una de las ventajas que tiene la presencia de cámaras de televisión en los juicios es que podemos verlos. Parece una obviedad, pero no es ... frecuente, salvo que estemos implicados en el asunto, asistir a las sesiones de un juicio. En cambio, la grabación de televisión nos permite saber cómo se comporta un acusado, cómo se duele una víctima o cómo maneja el procedimiento un juez. Amplifica, por tanto, la transparencia a la que está obligada la Justicia y que todos esperamos de ella. Gracias a eso, nos hemos escandalizado viendo cómo un juez preguntaba de modo casi morboso por la presunta agresión sexual de Errejón o, compadecido recientemente, cuando otro se desesperaba con interrogatorios diletantes en el caso de Rubiales.
Éste último terminó el juicio con un «aunque parezca mentira, hemos acabado» demostrando un hartazgo evidente. Y no sé si eso será un buen o mal fario para el acusado. Puede significar que el juez lo ve clarísimo y no necesita shows en la sala para captar las claves o también que no ve caso y le sobra el despliegue de unos y otros. En cualquier opción, su papel resulta delicado. Después de la campaña desplegada por grupos feministas y por todo un país sensibilizado por la situación de la jugadora, una sentencia exculpatoria sería una bomba. Es lo que tienen los juicios paralelos que, llegada la sentencia, si ésta no se ajusta a lo previsto, podemos dejarnos llevar por las emociones. Y en este tema, ha habido demasiada carga emocional.
Tras la polémica, se sucedieron los hechos que llevaron, aunque con enormes reticencias, al cambio de seleccionador, de presidente de la federación y de una realidad anquilosada durante décadas. Si la sentencia es contraria, parecería que se está quitando la razón a todo eso cuando no es así. Aunque sea exculpatoria, la renovación en la federación era necesaria y los cambios en los modos de comportarse, perentorios. Así lo admitió el mismo Rubiales cuando, durante el juicio, reconoció que no estuvo en su papel institucional sino que su actitud en la celebración del triunfo fue la de un jugador más que la de un presidente.
Una sentencia exculpatoria no haría bueno el beso. Fue un error, como así lo llamó Rubiales, pero está por ver si fue delito. En cualquier caso, ha servido para ventilar una organización que lo necesitaba, aunque bien podía haberse logrado eso mismo sin dolor ni sacrificio. El mayor error fue no tomar medidas cuando se necesitaban. Y eso no es problema de un solo señor que no supo comportarse sino de toda una organización que no funcionaba bien.
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