La toma de posesión de Trump, para algunos, ha sido el Davos de la 'Internacional Ultra', la reunión de todos los grupos más o menos ... afines a los postulados del populismo ultraderechista. Con esa denominación se refieren a los gobiernos o líderes de ultraderecha representados por Javier Milei, Marine Le Pen, Giorgia Meloni o Víctor Orban, entre otros, algunos de los cuales fueron invitados a los fastos de Washington. En el caso español lo fue Santiago Abascal no tanto a título particular como por presidir 'Patriotas por Europa', una entidad que reúne a los grupos de ultraderecha de la Unión en el Parlamento Europeo.

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Así, frente a la internacional ultra está la liga antifascista de los partidos europeos de izquierdas cuyo liderazgo se disputan algunos. Uno de los contendientes es Pedro Sánchez quien ha tomado de Pablo Iglesias el «no pasarán» y la «alerta antifascista» como 'leit motiv' de su campaña permanente.

Sánchez se presenta como el gran libertador de Europa encabezando la lucha antifascista en una Europa amenazada por las fuerzas más conservadoras. La misma presencia de Trump en Washington anuncia un esfuerzo denodado de la Unión por preservar la lucha contra el cambio climático o un mayor control del comercio y la protección de los consumidores.

Lo inquietante no es que nuestros políticos se empeñen en luchar por defender la democracia y una economía de mercado que no ceje en el empeño de redistribuir la riqueza, sino que la lucha antifascista se nos presente como un reto para todos. La mayoría de personas y de familias quieren vivir en paz y con toda la prosperidad a la que puedan aspirar, no tanto en contribuir con su sacrificio a la lucha contra la internacional ultra. Si esa lucha implica reducir su bienestar o empañar el futuro de sus hijos es razonable pensar que no quieran verse incluidos. Sin embargo, nuestros gobernantes nos la muestran como el gran reto colectivo cuando, en realidad, su principal interés es su supervivencia. No es irrelevante para todos, desde luego. Una política restrictiva y arancelaria de Estados Unidos dificultará la vida económica en todo el planeta y probablemente empeorará las condiciones de vida en las zonas más depauperadas del país y, por ende, del mundo. Pero la lucha política contra la derecha extrema no tiene por qué ser un objetivo colectivo para todos los ciudadanos. Lo que se les exige a nuestros dirigentes no es que nos usen como estandarte contra los que consideran oponentes políticos, sino que se esfuercen, con nuestros recursos, por hacer nuestra vida mejor.

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