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La diversidad no mata. Su rechazo, sí. Lo hemos visto mil veces cuando extremistas de cualquier pelaje y condición humillan, atacan y hasta asesinan a quienes consideran molestos por ser diferentes. Diferentes a ellos, desde luego. Diferentes por su ideología, por el color de su ... piel, por su forma de vestir, de rezar, de hablar o de amar; diferentes por no someterse a pautas normativas que consideran obsoletas o impropias. En una palabra, orgullosamente distintos, con plenos derechos para serlo.
Es la lección que Donald Trump no quiere aprender, convencido de su propio supremacismoque atropella los derechos civiles que tanto costó conquistar a los estadounidenses. Y las formas que escoge no son solo decisiones que firmar en un despacho como ya ha hecho, sino algo peor por su poso a largo plazo. Me refiero a los marcos interpretativos que utiliza para analizar la realidad. Por supuesto, no espera a que la realidad pueda desmontar su teoría, aunque nunca le ha importado que aquella no coincida con ésta. Si ocurre eso, se limita a cuestionar la verdad alegando que quien la defiende está pregonando una «realidad alternativa».
En el caso del accidente junto al aeropuerto Ronald Reagan, le faltó tiempo para señalar a las políticas de fomento de la igualdad como causa del desastre. «La Administración Federal de Aviación (FAA) -dijo- estuvo contratando trabajadores que padecen discapacidades intelectuales severas, problemas psiquiátricos y otras condiciones mentales y físicas bajo una iniciativa de contratación de diversidad e inclusión». Asimismo, se quejó de que en los mandatos de Obama y Biden se contrató a personas «con problemas de audición y visión, así como parálisis, epilepsia y enanismo». Todo eso para terminar afirmando que los controladores aéreos deben ser los más preparados. Como si fuera incompatible.
El problema de su discurso es que hoy nos escandaliza, pero pasado mañana nos habremos acostumbrado a esas diatribas sin fundamento. Algunos dejaremos de escucharle en una suerte de selección auditiva como mecanismo de supervivencia que nuestro cerebro pondrá en marcha a poco que lo expongamos a estas sandeces. Pero habrá gente que se creerá que el fomento de la igualdad nos pone en riesgo porque se permite que personas incapaces -no por su formación sino por sí mismas- tomen decisiones que nos afectan. Y se vinculará con el hecho de ser mujer, negro o inmigrante, no con su preparación técnica o con condiciones incompatibles con ese trabajo. Son microsupremacismos cotidianos que blanquean la exclusión.
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