Pedir perdón
Será lo mismo, pero a mí las disculpas me parecen algo light
En los últimos años, parece que ha crecido la exigencia de pedir perdón. Se lo escuchamos a los protagonistas de distintas noticias ya sean las ... víctimas de la dana; los implicados en casos judiciales o sospechas de implicación, como Miguel Ángel Revilla en el acto de conciliación con Juan Carlos I, o bien con la difusión de rumores o fake news como las decenas de acusaciones cruzadas entre el gobierno y la oposición. A la mínima, alguien levanta la mano y exige que le pidan perdón. De todos los casos, que suelen reducirse a un 'acting' para los medios, me quedo con uno indubitable y necesario: el de los afectados por las inundaciones del 29 de octubre.
Personalmente, lo de Bruselas me supo a poco. Y eso que, gracias a Dios, la 'barrancada' no me afectó. Ni Mazón en su momento, en su comparecencia ante Les Corts, ni el otro día González Pons, al recibir a los representantes de las víctimas en el Parlamento Europeo, llegaron a pedir perdón; pidieron disculpas pero, considérelo cosas de tiquismiquis lingüística, no me suena igual. Será lo mismo y tendrá el mismo objetivo, no lo niego, pero a mí las disculpas me parecen algo light. «Me disculpo por llegar tarde» significa que eres consciente de que no está bien hacer esperar, pero no muestras dolor ni arrepentimiento. Es algo superficial y puede vincularse a factores externos. Pedir perdón, en cambio, es más profundo y personal, porque implica asumir que la propia actitud es un mal moral, no un mero error logístico o un fallo de urbanidad. La disculpa por llegar tarde esgrime, por ejemplo, que había mucho tráfico o que el metro pasó con retraso. El perdón por no haber sido diligente, en cambio, asume la propia responsabilidad en las consecuencias y muestra el dolor de haber contribuido al daño ajeno.
En el caso de las víctimas de la dana no sirven solo las disculpas por haber mandado la alerta tarde. No es un fallo técnico. Va mucho más allá. Por lo pronto, han tenido que ir a Bruselas para que veamos un acto de acogida más allá de aquella reunión fugaz de Mazón con afectados del pasado marzo que, al parecer, no se ha vuelto a repetir. Pero permanece esa frialdad que se transmite en la disposición a aceptar un error. Aquí se trata de llorar con ellos y por ellos, al estilo de algunos dirigentes japoneses que se deshacían en lágrimas al ser acusados de corrupción. Por lo pronto, a las víctimas les pareció adecuado, y en definitiva son ellas las que tienen la palabra en esto, pero confío en que algún día, no sé cuándo, alguien les pida perdón profunda y sinceramente.
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