Urgente Óscar Puente anuncia un AVE regional que unirá toda la Comunitat en 2027

En las declaraciones de Víctor de Aldama había acusaciones directas; implicaciones de partidos y la exposición de un modo perverso de hacer política que tiene al gobierno y a la oposición más ansiosos que el personaje naranja que pulula en la mente de Riley, la ... niña de la película de animación 'Inside Out'. Toda esa información jugosa y objetivamente importante ha centrado los debates, los posicionamientos en la opinión pública y la gresca política de las últimas horas. El caso es que entre su metralla había para todos y de gran calado. Sin embargo, he de admitir que, leídas las revelaciones, me quedé con un detalle, posiblemente mínimo y poco memorable. Me refiero a esos 'pisos con señoritas' que presuntamente utilizaban algunos y no para discutir sobre el imperativo categórico kantiano, precisamente.

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Es como cuando te cuentan ese presunto chiste que empieza con 'va un hombre y mata a dos peruanos, un negro y un dentista' y uno de los interlocutores pregunta 'y un dentista ¿por qué?'. No dice nada y lo dice todo. Como si los otros fueran más culpables que él. Así me sentí yo al darme cuenta que el de las 'señoritas' era el dato que más llamaba mi atención. Y no lo hacía desde una moralina rancia, escandalizada por aficiones inconfesables, o morbosa buscando el detalle escabroso; lo pensé desde la incomodidad de la expresión usada para referirse a lo que se refieren.

Siempre he sido combativa con el término 'señoritas' que no utilizaría ni en la crónica de un 'baile de debutantes'. Es una antigualla sexista en la que no me he sentido representada jamás. Digamos que yo siempre he sido una señora, y ahora, además, lo parezco. Por eso no me sorprendió que un día en el autobús, con veintipocos, un chaval me dijera «¿quiere sentarse, señora?». Ni me inmuté. En cambio, hubiera saltado como una hidra si alguien hubiera osado llamarme 'señorita'. Solo se lo toleré a un trabajador de la British Airways en Heathrow, cuando una amiga y yo perdimos un avión recién cumplidos los 20. El tipo, muy british, nos dijo «ladies, please» y empezó una perorata sobre la diferencia entre perder un avión (el verbo 'to miss') y perder el bolso (el verbo 'to lose'). Al parecer, nuestro inglés era muy de Duolingo 'avant-la-letre' y habíamos ofendido al Imperio explicando nuestra pérdida del avión como a quien se le caen las llaves en un imbornal. En definitiva, lo de 'señoritas' es una mala opción. Si, además, se usa como eufemismo para no hablar de 'escorts', el resultado es un relato que ofende a cualquier señora en edad de merecer.

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