Hace muchos años, durante un curso de inglés en Londres, una compañera le reprochó a la profesora que dedicáramos el tiempo a interactuar en situaciones ... reales. Me asombró la crítica cuando, precisamente lo más valioso de esas clases es que no se limitaba a hacer los típicos ejercicios, sino que invitaba a resolver los problemas que encontrábamos en el día a día. Terminó exigiéndole más gramática. Pero lo realmente inquietante es que la profesora cedió, probablemente, porque el marido de la alumna era un jeque con suficiente influencia en la universidad como para convencer a una docente innovadora de que debía volver al pasado.

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Me acordé de ella el otro día cuando me explicaban el uso de la Inteligencia Artificial en algunos colegios ingleses. El primer ministro se ha propuesto convertir al Reino Unido en una potencia mundial en un terreno que, como hemos visto estos días, van a disputarse China y Estados Unidos. Desconozco a qué llamaremos superpotencia dentro de unos años, pero me temo que en el camino dejaremos víctimas colaterales. Entre ellas, tal vez, varias generaciones de estudiantes.

Lo que han hecho en ese proyecto piloto británico es sustituir a los profesores por aplicaciones de Inteligencia Artificial. Sin duda, en muchos aspectos son innovaciones enriquecedoras, que facilitan el aprendizaje y que reducen la carga de trabajo a los docentes. Sin embargo, la sustitución no es una opción general ni válida en todos los casos. Seguramente, sí para hacer lo que exigía aquella compañera del curso de inglés a la profesora. Nada mejor que una máquina para plantear ejercicios, corregirlos y explicar al alumno dónde está el fallo en una construcción sintáctica o en la elección semántica. Tal vez, incluso sea útil en el planteamiento de situaciones reales con el objetivo de provocar conversaciones amigables con la persona. Pero en la enseñanza hay un elemento que no puede faltar más allá de los conocimientos técnicos y la destreza para plantear modos adecuados de aprendizaje: es la inteligencia emocional. El profesor es «tutor de aprendizaje», que es la denominación que le han dado a las aplicaciones de IA en ese proyecto pionero, pero también es un 'coach', un compañero que motiva, que anima, que descubre el estado anímico del estudiante para ayudarle a continuar y a enfocarse en su tarea. Imagino que llegará el día en que la IA también hará eso, pero el apoyo de una persona de referencia, que aprecia y confía en el alumno y se lo hace ver, no es fácilmente sustituible por una máquina programada para confiar.

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