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Cuando dos médicos no se ponen de acuerdo, el último que debería verse afectado es el paciente. Si dos profesores no trabajan bien juntos quien ... no debe notarlo es el estudiante. Cuando dos funcionarios discrepan en un asunto, el último que debería sufrir la molestia es el ciudadano. En todos los casos, estamos hablando de un tercero -el receptor de esa actividad- que no debe resultar perjudicado por las diferencias de criterio o forma de actuar de los profesionales de un sector y mucho menos si el abismo entre los dos tiene su origen en la animadversión personal. Nada peor que ver a un paciente tratado mal porque lo remite un colega de la privada a un centro público, o viceversa, o a un doctorando masacrado por un miembro del tribunal porque el director de tesis es uno de sus mejores enemigos. Con los políticos, sin embargo, estamos acostumbrados a que eso sea moneda común solo por discrepancias ideológicas o, lo que es peor, por luchas de poder. Lo estamos viendo con la dana y las zancadillas, trifulcas y reticencias de unos y otros solo porque tienen que convivir con el oponente.

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