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La coincidencia en fecha, hora y trayecto de la procesión de San Vicente y la manifestación para pedir la dimisión de Mazón del próximo día ... 28 no puede traer nada bueno. O sí. Lo que, en principio, anuncia conflicto y caos, puede terminar en un episodio que para sí hubiera querido Berlanga, convirtiendo al santo en portavoz de los indignados. El anacronismo de vincular hechos históricos que se distancian en el tiempo por más de 600 años es un error si buscamos claves interpretativas, pero no si lo hacemos como divertimento, solo por tomar la realidad con un poco de humor.
Cuentan las 'fake news' de entonces que el Pare Vicent se sacudió el polvo del calzado al salir de la ciudad. No parece que fuera cierto, porque la última vez que estuvo en Valencia bendijo a muchos en la Porta de la Mar y su relación con los 'jurats' de la ciudad era buena, pero decenas de generaciones de valencianos hemos crecido pensando que ese gesto representaba como pocos la personalidad del dominico. Aun sabiendo que no está demostrado, quisiera aferrarme a él e imaginar que, de haber vivido hoy, habría sido el primero en predicar contra los malos gestores que dejan al pueblo a merced de las inclemencias, nunca mejor dicho, meteorológicas. Pero, además, lo imagino haciendo retumbar su prédica por calles y plazas de la ciudad con potente voz de trueno, de esas que debían de sobrecoger en su época anunciando el fin de los tiempos. Sin remilgos ni titubeos ni complejos de ningún tipo. Con estruendo, con autoridad y callando componendas y sutilezas de los poderosos del momento. Así imagino yo al santo, con el gesto amable y tierno para el humilde en cada milagro, pero con la palabra justa y el gesto adusto hacia el rico epulón. Sobre todo, con el poder cínico que solo busca perpetuarse a costa de los más dolientes. Da igual en qué siglo leas esto.
En ese sentido, parece una casualidad entrañable que el gesto con el que se ha representado desde siempre al patrón de la Comunidad Valenciana sea con el dedo índice señalando al cielo. Al espiritual, se entiende, pero por qué no pensar, por un segundo, en esa hipotética escena berlanguiana donde los manifestantes abrazan al santo para su causa porque reconocen en él un dedo acusador que señala el cielo atmosférico a punto de abrirse sobre l'Horta. Quién sabe, quizás ése sería el último milagro de San Vicente por las calles de Valencia: que las autoridades se vistieran de penitentes, se cubrieran la cabeza con cenizas y pidieran perdón a las puertas de la catedral. T'ho demanem, Pare Vicent.
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