Más de 200 muertos sobre la mesa, miles de familias destrozadas y no ha habido ni un segundo de silencio. Ni siquiera por respeto hacia su duelo. Su desgarro, su desesperanza, su rabia, debería ocupar todo el relato. Pero hasta eso les quitamos. La mala ... política también se apodera de ese «protagonismo» llenando todos los espacios con palabrería interesada, populista y hasta guerracivilista que no hace otra cosa sino aumentar su desesperanza y frustración. Se pide otra sangre, la política,sobre la sangre todavía fresca. Y resulta agotador y asqueante.

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Hay tanto por hacer todavía, tantas llamadas de socorro a las que atender, que si algo sobra ahora es el ruido y la carroña. Ojalá sanara el dolor de las víctimas con una, dos o trescientas dimisiones o ceses de quienes pudiendo hacer, no hicieron. Que tiene que haberlas y muchas. Pero cuando proceda. Mientras la respuesta sigue siendo lo prioritario, la denuncia legítima de la mala gestión no puede convertirse en un ajusticiamiento asambleario como aquellos sobre el patíbulo de la revolución francesa. Porque no es la forma de estado lo que se dirime, es la dirección mediocre, torpe, perversa y negligente la que debe ser depurada hasta el último cargo y la última consecuencia. En toda la cadena de mando y en todas las administraciones partícipes. Incluidas las posibles responsabilidades penales por homicidio imprudente u omisión del deber de socorro.

Más allá de la solidaridad colectiva, si alguna lección cabe sacar de todo esto es que en la gestión pública no basta con querer... hay que saber. Lo sufrimos con la pandemia, con la Filomena y lo vivimos ahora. Ni antes ni ahora se hicieron bien las cosas. De bien pagados incompetentes vamos sobrados. Y de miserables, también. Tan miserables que viendo que te ahogas, no te lanzan la cuerda. Un hartazgo que explotó bajo ese grito desesperado de asesinos que solo la empatía con el dolor puede disculpar. El pueblo está cansado de la palabrería. Clama por el Estado eficaz y solvente al que mantiene.

En la gestión pública no basta con querer... hay que saber

«Nada fortalece la autoridad tanto como el silencio». La cita de Leonardo da Vinci deja a muchos con las vergüenzas al aire. Quien habla, habla y habla... y no dice nada, los vende mantas. Quien solo habla porque no hace nada más, los vende motos. Quien enmudece porque ni sabe qué decir ni que hacer, los patanes, quien se construye muros a base de palabras solo para parapetarse tras él, los cobardes y quien utiliza las palabras como arma de destrucción, los miserables. Y todos son igualmente peligrosos para el bienestar común. Debemos señalarlos y apartarlos y apostar por políticos solventes que «para hacerse oír, sepan cerrar la boca» de vez en cuando.

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