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Es difícil mantener la mente fría y despejada frente a tanta consternación y dolor. Nadie es de piedra, ni ningún dirigente público lo es, sea del color que sea. La impotencia y la desesperación no les son ajenas en un momento como este. Tal vez ... por eso, hay que apartar del relato y de la opinión pública a todos esos indigentes emocionales y miserables que aprovechan la tragedia para hacer cuanto más daño sea posible a un rival político. Son los otros saqueadores, los de despacho y cuyos nombres, que los hay, no damos hoy porque ahora lo que toca es otra cosa. Lo urgente es vivir. Y ayudar.
De nada sirve ahora hablar de depurar responsabilidades, de reformar los protocolos, de ver quien es competente en qué o de buscar qué falló. De tan importantes que son para la seguridad nacional, deben analizarse sin presión emocional. Porque ante una tragedia sobrevenida de tal virulencia, es tremendamente complicado predecir el nivel de daño que ocasionará. Ha fallado casi todo, desde la previsión meteorológica pasando por la información sobre el nivel de crecida de las aguas en ríos y barrancos desde la CHJ y el filtrado de todos los datos desde el 112. Y a partir de aquí, sin haberse sabido/podido valorar el riesgo que venía y su alcance, es imposible dar una respuesta mínimamente adecuada. Porque de haberse sabido previamente, los vehículos pesados del ejército deberían haber estado desplegados en nuestras carreteras. Falló la previsión porque falló la información y, por tanto, la alerta.
Pero nada de eso importa ahora, cuando sigue resultando imposible acceder a nuestros pueblos, calles y barrios. Cuatro días luchando contra todo, contra la naturaleza misma, sin luz, sin agua, sin posibilidad de acceder a socorrer, sin comunicaciones, sin los medios mínimos de subsistencia necesarios. La urgencia vital debe anteponerse al lamento sobre lo no hecho. Toca hacer... y rápido. Como han hecho miles de valencianos, organizados en fallas, parroquias, grupos de vecinos, de amigos, yendo en peregrinaje solidario hacia los puntos más necesitados con palas, cubos, víveres, medicinas y ofreciendo sus manos. Es emocionante y desgarrador.
Pero hay miles de manos más, que deseando ayudar, no pueden hacerlo porque esperan una simple orden de mando. Policías nacionales, locales, guardias civiles y bomberos en días de descanso, que siendo los únicos cuerpos facultados para entrar en viviendas particulares en caso de emergencia, no están siendo movilizados. Y urge localizar posibles cadáveres. Los difuntos también tienen dignidad y, por sanidad, no debe haber pérdida de tiempo. La misma rapidez en utilizar los medios aéreos del ejército para hacer llegar víveres básicos y baterías autónomas a las zonas afectadas. Si el estado no ha pasado la prueba ante esta tragedia natural, que no fallen al menos nuestras manos. Para ayudar y para abrazar. Que también es necesario.
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