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Ni hay que mezclar churras con merinas, ni hay que esperar a una sentencia para concluir que hay hechos intolerables, censurables y reprobables, sean punibles judicialmente o no. En una sociedad bajo las reglas de un sistema democrático, el nivel exigible de decencia debería situarse ... en lo más alto. Lo de Errejón, aun teniendo una gravedad máxima, no es más (por ahora) que la espita por donde explotan nuestras náuseas ante esa parte de la clase política incapaz de estar a la altura mínima exigida. En continente y en contenido.
Sexo, drogas, corrupción, amenazas, exabruptos, insultos, matonismo, chonismo... es difícil que podamos asistir a algo más últimamente. Hemos llegado a normalizarlo todo, cuando nada lo es. Ni bajo la apariencia de «ángel» como Errejón ni de «demonio» como Ábalos. Por cualquier lado puede saltar la liebre. Pongan los nombres que quieran; Puente, Montero, Sánchez, Begoña, Bolaños, Marlaska, Tezanos, Garcia-Ortiz, etc. Y concluirán que hay hechos, muchos reiterados, que son totalmente inadmisibles y que, lejos de cortarse de raíz, se soslayan gracias a una 'omertá' que copiaron nuestros partidos de los sicilianos. Lo de la paja en ojo ajeno se nos ha quedado muy corto ya.
Igual que es un error denunciar «la falta de sinceridad de la política de la izquierda en el gobierno que presume de ser el más feminista de la historia» -porque golfos hay en todas partes- también lo es ir dando lecciones de ejemplaridad cuando se permite y se consiente que subsista un ecosistema pestilente creador de personajes (y de personas) más acordes con Vito Corleone y Torrente que con un servidor público. En cualquier democracia solvente del mundo, ministros con trastorno histriónico y perdonavidas como Montero y Puente serían impensables, lo mismo que Fiscales Generales procesados, presidentes y portavoces del gobierno de embuste permanente o empresas públicas e instituciones tomadas por el poder político y el sectarismo.
Entre Errejón y Ábalos no habrá coincidencia en la apariencia, pero sí en lo que subyace. La concepción que tienen de la mujer y el sentimiento de superioridad e impunidad con que se manejan, pagando o sin pagar. Un hecho fatal en el que caen muchos al alcanzar el poder y que les lleva a descuidarse. Pero aun siendo muy importante el posible delito que cometan, la pregunta fundamental es qué hacen los partidos para impedir que se den esta clase de situaciones. Los mismos que los endiosan, no ponen los cortafuegos para apartarlos. Se llame corrupción, atentado contra el honor, abusos sexuales, prevaricación, tráfico de influencias, cohecho o enriquecimiento ilícito... todo debe ser detectado y seccionado de raíz. O se persigue, o se escampa. Se corta la pierna o se gangrena el cuerpo. «Todos lo sabían, pero nadie hizo nada», ha sido el epitafio de muchas democracias. No deberíamos olvidarlo.
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