Amparito la Maresa

Era maternal, sensible, gruesa y bondadosa. Le costó vencer el rubor al leer los primero versos: «Cuando mis hermanos / venían de padecer y luchar; / y digo de padecer, / porque había temporal, / yo les llenaba de besos / y me comía la sal; / el salobre que las olas / en sus rostros / les arrojaba el mar».

La madre quedó viuda a los 30 años, con cinco hijos que sacó a flote cosiendo por la tarde y por la noche y vendiendo pescado en el mercado de Campanar. «Yo le acompañaba a recoger el pescado, de madrugada. No pude ir a la escuela. Íbamos en una tartana a Campanar, donde nos querían mucho; nos daban verduras, fruta y embutido de la matanza».

Amparito la Maresa contó que la madre también se aventuró a alquilar la casa a los veraneantes; y ellos subían al porche, todos juntos. «También puso mi madre una barraqueta de baños. Por siete perritas alquilábamos el traje de baño y un sombrero de paja; mis dos hermanas y yo los limpiábamos. La pobreza…».

Desde pequeña empezó a recoger caracoles, pechinas y cuanto atesora el mar que deja en la orilla cuando sopla el vent de Llevant. Y por intuición, porque lo hermoso le atrae, ahora, bordeando la vejez sigue con los cuadros poéticos, increíbles y escribiendo lo que siente.

Amparito la Maresa, única.