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Su mata de pelo negro, dividida en dos bandas, le resbalaba hasta los hombros. Era una muchacha boliviana, atractiva y culta. Julia Castillo llegó a la cita en bicicleta con unos minutos de retraso, que excusó por llamadas telefónicas. Y había que creerla por la ... actividad que desplegaba, dada su relación con los colectivos de inmigrantes en Ruzafa.
«Dejé a mis padres allá -explicó- porque quería ayudar a mi gente aquí; también estudiar, como mis hermanos que estaban en Valencia. Me convencieron para que viniese y lo hice, aunque la decisión era dura.»
Julia Castillo logró en la Universidad de La Paz el título de Educación Social y Sociocultural e hizo un máster de Cooperación y Antropología que le avaló para estar seis años al frente de una escuela infantil, donde impartió clases elementales y de expresión corporal, gracias a juegos de teatro.
Firme en sus ideas y en su palabra, contó que para conocer a su pueblo en Valencia ha vivido en el barrio de Ruzafa, en el palacete de Ayora y en el Cabañal. «Hay que enseñar, hay que ayudar. Yo a Ruzafa la siento como muy mía; aquí imparto talleres, doy charlas y las anuncio repartiendo folletos en galerías de arte, bares y estudios de fotografía o diseño».
Espontánea, con encanto personal, Julia Castillo declaró que junto con tres amigas bolivianas fundaron la Asociación Abya-Yala, que en el lenguaje de los indios significa Tierra Floreciente.
Ante la pregunta, respondió rápida:
«Sobre el inmigrante existen muchos prejuicios, muchos. Y la situación más penosa es cuando se les exigen los papeles y si no los tienen se les requisa el género que venden; un verdadero drama; es su pan nuestro de cada día.» Respecto al ambiente afirmó con acento cariñoso:
«Sí, sí, la gente aquí, en el barrio, es muy acogedora; nosotros no tenemos local propio, pero nos ofrecen podernos reunir en Acsud de las Segovias, (calle Puerto Rico), en el Colegio Balmes, en la Asociación Senegalesa; y de vez en cuando, en mi casa. Pero si hace buen tiempo vamos al antiguo cauce del río Turia, donde las canchas, a la altura de la Torreta.»
Reía alegremente. «Cuando celebramos alguna fiesta parecemos valencianos, porque enseguida surge la música y el baile, no faltan las guitarras y las flautas. Como un himno de victoria exclamamos: ¡Salay Bolivia!»
En aquel momento, Julia Castillo buscó en el bolso de tejido artesano un papel con varios textos impresos, de cantares bolivianos y me ofreció copiar algunas letras. Me decidí por estrofas del Salay Bolivia y su zapateadito.
«Para ti te lo canto. / Para mí tú me lo bailas. / Y za-za zapateadito. / Pero qué bonito es bailar salay. / Pero más bonito es gozar salay. / Gozaremos vidita. / Bailando zapateadito.»
«¿Y qué me dices del colorido de los trajes, de los sombreros y de los chales? Todos son productos de las lanas de las ovejas de allí y del trabajo de las tejedoras.»
Julia Castillo se había emocionado, y como me cogió una mano, yo dije con tono de exclamación: ¡Salay, Bolivia!
Qué menos que llamarse de la Tierra Floreciente.
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