
Las prisas nunca son buenas consejeras. El vértigo provocado por el segundo advenimiento de Trump a la Casa Blanca está provocando una aceleración de la ... Historia (otra más) que nos ofusca en los remolinos superficiales. Por impactantes que éstos sean, son las causas de cambio profundo a las que deberíamos prestar atención. No podemos olvidar que, salvo que Trump perturbe por completo el sistema constitucional norteamericano (que todo puede ser), su mandato acabará en 2028. ¿Acabará con él lo que hoy parece inevitable?
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La cuestión nos llevaría a un análisis amplio y riguroso de la sociología política norteamericana, esto es, analizar si el pueblo estadounidense, en su amplia mayoría, está de acuerdo con Trump. No ya los votantes del Partido Republicano, o los grupos cristianos evangélicos, el lobby sionista, el cártel tecnológico tentacular, la asociación del rifle y otros grupos con importante incidencia electoral. No, me refiero al pueblo norteamericano en su conjunto, con su mestizaje propio, sus diferencias económicas, sus desavenencias culturales, sus distancias geográficas y mentales, pero con un pasado tan reciente que les sigue amalgamando alrededor de las barras y estrellas.
La historia de la gran potencia del siglo XX (y que lo sigue siendo: económica, militar, tecnológica y culturalmente, no la demos por acabada tan pronto) muestra un sustrato mental generalizado, que es asumido inmediatamente por quien llega, a favor de un cierto apostolado de valores y principios. Es innegable que, junto a los oscuros intereses geoestratégicos que la impregnaron desde sus inicios (desde el pueblo que se asentó en su continente con un genocidio en el siglo XIX, al que apoyó a criminales 'urbi et orbe' en el XX), la política exterior norteamericana ha clareado al querer convencer al resto, por las buenas o por las malas, de los valores democráticos y los derechos humanos. No es mala partida de nacimiento, aunque la hoja de servicios se emborrone luego. Esto no lo han perseguido otras grandes potencias actuales: no lo ha hecho nunca Rusia ni pretende hacerlo ahora China. La UE sí.
Deberíamos desentrañar la mentalidad actual y futura del votante estadounidense. Es innegable que, por explicarlo en términos informáticos, el código fuente es bueno, pero el sistema operativo mental estadounidense necesita una actualización seria. Tras haber soportado un periodo de activismo social, cultural e ideológico cancelador de sensatas opiniones alternativas, la reacción está enfrentando a ciudadanos contra ciudadanos, al tejido productivo primario y secundario contra el terciario y una administración esclerotizada y lejana. Esto mismo se ha producido en Europa. Pero en la comunidad transatlántica permanece, creo, el poso liberal que contradice tanto los aspavientos 'woke' como la imposición 'neocon'. El reto, hoy, es reactivar ese liberalismo militante, que tiene en cuenta los avances sociales conseguidos. Por decirlo quizá ingenua y afrancesadamente, la libertad solo conjuga bien con la igualdad en la fraternidad.
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Es cierto que se están reajustando piezas geoestratégicamente. ¿Pero cuánto de permanente tiene ese reajuste? ¿Realmente los EEUU van a 'retirarse' de la OTAN? ¿La guerra comercial, que afecta negativamente a la economía norteamericana más que a otros actores, va a retrotraer el sistema al mundo anterior a la OMC? ¿Va a olvidarse el gobierno de las leyes e imponerse el gobierno de los hombres fuertes? ¿Se va a seguir apostando en Washington por criminales, como Putin o Netanhyahu? Innegablemente las amenazas a la financiación de la defensa euroatlántica, la imposición de aranceles desmedidos, el desprecio del estado de derecho y de los tribunales que lo preservan son serias amenazas. Pero ¿cabe considerar que es aceptable en occidente el modelo autocrático ruso o chino, por simplificar? ¿Los EEUU se plegarán a ello como nuevo modelo de convivencia?
Sinceramente creo que no. Creo que el punto de ebullición actual bajará, aunque sólo sea por la aplicación a la política del segundo principio de la termodinámica: surgirán (o crearemos) nuevos escenarios que creo que atemperarán los actuales desatinos, precipitados por acontecimientos extraordinarios.
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Ahora bien, Europa y los europeos debemos darnos cuenta del limbo en el que hemos convivido en los últimos 75 años. Un periodo de paz y prosperidad prestada que nos ha adocenado hasta el punto de creer que era el estado natural de las cosas. Debemos darnos cuenta de que tenemos que ser capaces de defender nosotros mismos nuestro modelo actual de convivencia. Y esto no se refiere exclusivamente al rearme militar y tecnológico que hoy se discute en Bruselas. La soberanía cultural, diplomática, militar, energética, tecnológica y alimentaria es primordial para Europa, hoy más que nunca. Es más fácil (y más barato) que inventen o produzcan otros. En una residencia de ancianos es mejor que nos den las cosas hechas, ¿no?
Existe el talento y tenemos las capacidades, pero nos falta la voluntad y saber acomodar las tan diversas pretensiones de 27 Estados y casi 450 millones de ciudadanos. En Ucrania, aunque nos quede geográficamente lejos, se defiende un modelo; como llegado el caso se tendrá que defender en el norte de África, nuestra frontera más cercana y compleja como españoles. A eso debería dedicarse nuestro gobierno: a explicar bien las vecindades inevitables, en el este y en el sur de Europa, y los riesgos y amenazas que entrañan; y a no tratarnos como tontos, como pretendió hacer Sánchez la semana pasada en el Congreso de los Diputados.
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