En el paso de cebra, había varias filas de peatones esperando para cruzar. Al otro lado de los tres carriles, una mujer está vestida con ... un traje azul celeste. Lo peor no era el color, sino el tejido fogoso, tan brillante como las escamas de una sirena que ha recuperado sus piernas para bailar en un polígono industrial. Las primeras en señalarla fueron dos chicas, que avisaron a su padre; el padre miró, y con él, lo hicimos el resto de adultos que estábamos de pie. Unos sonreímos y apartamos la vista, otros le hicieron fotos, otros se rieron. El traje de poliéster galáctico se podía ver desde toda la ciudad, sobre todo porque toda la ciudad estaba vestida igual, con los abrigos acolchados oscuros, más o menos largos, que nos disfrazan de lo mismo. Por una bocacalle, apareció entonces un grupo vestido con ese traje fastuoso. Se acercaron a la mujer. La mujer se unió a ellos. Y desapareció. O dejamos de mirarla.
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Un par de días después, sucedió lo de Trump con Zelenski. Y a medida que escuchaba los reproches y amenazas de la Casa Blanca, más pensaba en el traje superlativo de aquella mujer que se volvió normal en cuanto se rodeó de otros tantos vestidos como ella.
Dice Michel Foucault que el pez nunca descubre que vive en el agua. De hecho, como vive inmerso en ella, su vida transcurre sin advertir su existencia. De igual forma, añade el filósofo, una conducta que se normaliza en un ambiente cultural dominante, se vuelve invisible. Lo que me preocupa no es el nuevo trabucazo de Trump, sino lo que subyace: ¿qué sucede en realidad durante las reuniones diplomáticas a puerta cerrada? ¿Cuántas guerras mundiales se han ofrecido países que intercambian gas por petróleo sin que lo sepamos? ¿Los diálogos entre líderes mundiales se someten a ese brutalismo, o la brutalidad ha sido verlo sin caretas? Me pregunto si preferirían saber que la diplomacia se parece más a la película 'Uno de los nuestros' que a la cumbre de 'Love Actually'.
La de esta semana no es la primera bronca política en público, y sin embargo el mítico '¿por qué no te callas?' que le espetó el emérito al presidente venezolano resulta un meme en comparación a lo que estamos asistiendo. La actitud de Trump ante Zelenski, con ese dedo índice horadando el aire como si fuera la nariz de Europa —por no decir otro orificio— nos ha colocado ante el exhibicionismo como la nueva diplomacia. No sé cuánto tardarán en aparecer otros matones, pero en cuanto sean unos cuantos nos parecerán normales sus gestos; será algo coyuntural y ya no veremos sus disfraces, estaremos esperando en un semáforo como peces en el agua. Total, es Carnaval.
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