Julia, una mujer de 70 años vecina de Paiporta, y su amiga Elena, dedicaban las tardes a coser en un bajo del pueblo, mientras comentaban ... los entresijos de los vecinos y reían, disfrutando entre punto y punto. A mitad tarde, el marido de Elena, como en otras ocasiones de nubes y claros, le avisó que el barranco se estaba desbordando. Ellas, curiosas y entretenidas, decidieron ir a verlo y al asomarse, se abrieron las puertas del infierno... La hija de Julia, desde el piso de enfrente, les chillaba que entrasen en casa, ellas no entendían nada hasta que notaron cómo entre sus pies, corría agua y al fondo de la calle, inexplicablemente, los coches se amontonaban. Y ahí comenzó una pesadilla que todavía no ha acabado y a la que falta mucho por terminar.
El estrés traumático continuado tiene como telón de fondo la atemporalidad. Es decir, para estas personas, el tiempo se ha detenido y todavía viven en un entorno de falta de seguridad. La catástrofe, que comenzó el pasado 29 de octubre se mantiene todavía en el día de hoy, como una herida abierta en cada uno de los habitantes que han sufrido la experiencia .
Que una situación negativa se convierta en traumática o no, depende no tanto de lo que pasó sino de cómo se resolvió después. ¿Quién había allí para recogernos? ¿En quién nos pudimos apoyar? El puente de la solidaridad, es un claro ejemplo de cómo empezó a curarse esa herida, y cómo irá transformándose en una cicatriz. Los voluntarios, los vecinos, la UME, y tantos otros, nos están permitiendo sentir que la presencia del otro, y la conexión es la única cura posible para una catástrofe.
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