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Una de las múltiples imágenes que se viralizaron durante la jornada negra que vivimos el pasado lunes fue la de un grupo de estudiantes que ... había acudido a PortAventura y se habían quedado parados en una de las barcas del Grand Canyon Rapids. Rápidamente los usuarios de las redes sociales comenzaron a cuestionar y a bromear con aquellos visitantes a los que el corte de luz les hubiese pillado dando vueltas en el Shambhala, la montaña rusa más grande del complejo, o subidos al Huracán Kondor, la gran torre de más de cien metros de altura que impacta cuando se la ve desde cualquier punto del parque.
La realidad es que es más difícil de lo que parece que una tesitura así se produzca porque estas imponentes atracciones cuentan con generadores propios que permiten evitar situaciones de crisis para las personas que se montan en ellas. ¿Que dónde aprendí esto? En el propio parque. El gran apagón me pilló allí.
Dentro de unos años nos preguntaremos en qué lugar estábamos y qué hacíamos cuando la luz se esfumó de repente en todo el país y tardamos horas en recuperarla. Igual que recordamos con nitidez lo que hacíamos en las aciagas lluvias del pasado 29 de octubre o el día en que el presidente del Gobierno decretó el confinamiento durante la pandemia. Son momentos históricos que almacenamos con nitidez en nuestra memoria, aunque al ritmo que vamos nos va a costar encontrar hueco para tanto.
La reacción casi inmediata, tras enterarnos de que el país se enfrentaba a un apagón eléctrico y que a nosotros nos había pillado probando nuestra adrenalina, fue desviar la atención hacia los aparatos de mayor riesgo, con el temor (y cierto morbo) de ser testigos de alguna escena rocambolesca. Para fortuna de todos las medidas de seguridad contemplan este tipo de escenarios y no hubo que lamentar males mayores. Los desalojos se realizaron con facilidad y los visitantes solo tuvimos que enfrentarnos a la incertidumbre de saber cuándo volvería la luz y qué haríamos hasta entonces en un parque de atracciones paralizado.
Cuando volví a Port Aventura, después de veinte años, pensé que la mayor aventura que viviría sería a bordo del Dragon Khan, si es que me atrevía a subir de nuevo a sufrir dando vueltas en los círculos verticales. No tenía claro si iba a ser capaz y decidí que una vez allí me dejaría llevar. No hizo falta meditar nada. El mundo decidió por mí. El mundo por decir algo, porque a estas alturas de la semana seguimos sin saber qué ocurrió. Que cuatro días después no nos hayan proporcionado una explicación coherente sobre lo ocurrido solo puede hacer que nuestros temores y la sensación de vulnerabilidad aumenten.
¿Se sabe ya quién apagó la luz?, me pregunta insistente cada día mi hijo de cuatro años al volver a casa. No entiende que todavía no sepa darle una respuesta. Ni él ni nadie.
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