Las personas que nos han importado son difícilmente sustituibles y entablar cualquier tipo de relación con la finalidad de que ocupe el vacío dejado por otra es un error monumental. De eso no tengo duda. Es firmar por anticipado una condena al fracaso para algo ... que, de manera independiente, pudiera haber dado sus frutos. Lo de que un clavo saca otro clavo funcionará en la carpintería, pero no en la vida cotidiana.

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Nos enfrentamos a las rupturas como fracasos y no estamos educados para gestionar las perdidas. Y, por tanto, cuando nos vemos en alguna de estas situaciones, tratamos de ponernos vendas, de buscar idénticos moldes, de localizar recambios fáciles. Y nos damos de bruces cuando la cosa no funciona. Que casi nunca funciona, pero insistimos. Somos animales de (malas) costumbres. La teoría es fácil recitarla. Lo que no es sencillo es aplicarla cuando toca asumir una ausencia.

Hay amigos que dejan de serlo por decepciones, por diferencia de pareceres o simplemente porque la vida te lleva por caminos diferentes. A todos nos ha pasado. Si no hay posibilidad de reconciliación (no siempre la hay y no sucede nada) una reacción rápida es llenar los huecos que te han dejado con otro amigo. Y el error llegaría si se trata de establecer comparaciones o de repetir experiencias. Porque el nuevo amigo nunca estará a la altura y la sombra del anterior será siempre demasiado alargada.

No me puedo imaginar lo duro que ha de ser superar algunas perdidas, pero hay personas insustituibles

Hay familiares con los que es mejor tomar distancia cuando los puntos de vista se alejan, cuando las diferencias se vuelven irreconciliables, cuando las sobremesas se ponen tensas. Y antes de atragantarse más de la cuenta es preferible levantarse de esa mesa y dejar de frecuentarla. Quién sabe si de manera definitiva o transitoria. Conviene no aventurarse, ni angustiarse. Las familias a veces tocan y otras se eligen. Y en ambas opciones se puede ser feliz. A esta conclusión cuesta llegar, la verdad, y para alcanzarla posiblemente haya que dar algunos rodeos. Y entre tanto es habitual caer en la trampa de sentar a esas sillas que han quedado desocupadas a falsos seres cercanos, gente que nos recuerda a otra, gente a la que hay que dar explicaciones de más.

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Hay parejas que no dan más de sí, que por mucho que ambos se empeñen han llegado a la meta final juntos y aunque cueste tomarla la decisión más adecuada suele ser separarse. No todo el mundo se lleva bien con la soledad y para remediarla se suele recurrir a la carpintería para encontrar otro clavo. Y ya reconocimos que esa regla de tres no tiene por qué arrojar resultados certeros. Y eso conduce al desencanto.

No me puedo imaginar lo duro que ha de ser superar otras perdidas, las ideas que a uno le pueden recorrer la cabeza, las tentaciones que se acumulan. También en esos casos alguien nos debería recordar que hay personas insustituibles, por desesperante que resulte esa certeza.

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