A estas alturas de la semana no queda nadie por opinar del cara a cara en el que participaron Pedro Sánchez y Feijóo el pasado lunes. Quien más y quien menos ha dejado sus impresiones sobre el cruce dialéctico en el que se enzarzaron los ... dos candidatos a presidir el país y del que quedan pocas dudas que salió mejor parado el líder del PP que el del PSOE.
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A mí el debate dejó de interesarme a los diez minutos cuando constaté que allí nadie había ido con la intención de que se debatiese, ni los participantes ni los moderadores. Los primeros porque en ningún momento se prestaron a contestar las preguntas o afirmaciones del otro y los segundos porque decidieron tomar un papel de testigos de piedra en lugar de intervenir para que la conversación fluyese.
No estaba eso en la hoja de ruta del programa de Atresmedia, más preocupada en conseguir el minuto de oro de audiencia que en hacer un servicio público para los que pretendían decidir su voto después de ver este esperado encuentro. Esos que acudieron con semejante objetivo se encontraron con un caos absoluto, unos políticos que no estuvieron a la altura, un montón de datos que nadie se preocupaba en contextualizar y una puesta en escena que ejemplifica esta España dividida a la que estamos abocados.
Con todo, lo que más me molestó fue la sucesión de interrupciones durante el cara a cara. Algún medio de comunicación las ha contado y parece ser que interrumpió más Sánchez, aunque Feijóo no le anduvo a la zaga. Cortarse de ese modo, no dejar acabar ni una frase, no permitir una explicación amplia solo denota falta de interés y nula intención de entendimiento.
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Nada resulta más desesperante en una charla o en un intercambio de impresiones que las interrupciones constantes o el recurso de hablar por encima del otro para que no se comprenda absolutamente nada. Esa dinámica la abrió el actual presidente y la continuó quien pretende sucederle. Los dos estaban entregados a escenificar un campo de batalla más que una mesa de consenso. Ambos se empeñaron, con mayor o menor éxito, en soltar sus mensajes, en dejar constancia de algunas máximas que han rondado la campaña. Lo que fuese con tal de que no pareciese que derecha e izquierda se pueden no ya entender, sino atender. Misión imposible.
Lo terrible es la imagen que se proyecta. Porque eso queda como paradigma, como ejemplo que seguir. Eso llegó a un público muy diverso al que directamente se le estaba animando a la desavenencia, a la discrepancia.
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Son dos referentes ideológicos y tendrían que medir las consecuencias de su comportamiento. Esto no debería ir de hinchadas. Tampoco en este caso los conductores, sin intervenir, sin poner demasiado orden, sin rectificar ni corregir datos, ayudaron a nada. Qué pena.
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