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Dudo mucho que alguien utilizase el pasado sábado para meditar su voto. Aunque esa jornada está destinada para reflexionar, seguro que la mayoría a esas ... alturas ya tenía claro cuál sería su candidato. Es posible que llegado el fin de semana hasta hubiesen preparado el sobre con las papeletas. Hay gente muy ordenada. Dudo que durante la campaña hayamos pensado mucho. La intención de los partidos en estas dos semanas ha sido, sobre todo, agitar. No querían que nadie se quedase en casa y han soliviantado al electorado con toda clase de argucias. Unos lo han hecho mejor que otros, a juzgar por los resultados, porque está claro que la abstención ha pesado más de un lado que de otro.
La verdadera jornada de reflexión debería haber llegado este lunes con los resultados encima de la mesa y tras haber dormido unas cuantas horas que permitiesen descansar y reposar lo votado. Ahí más de uno (y de dos, y de tres) tendrían que valorar qué se ha hecho bien y qué no fue del todo correcto.
Para alcanzar estas conclusiones no solo habría que atenerse a los escaños conseguidos. No todo vale para ganar. Y dudo que algunas conciencias descansen tranquilas después de haber traspasado según qué límites. Me avergüenza que una víctima de ETA como es Consuelo Ordóñez haya pedido que no se frivolice con el nombre del asesino de su hermano (que te vote Txapote) y distintos dirigentes (sobre todo Ayuso, claro) hayan hecho caso omiso a esa solicitud. Lo que ha quedado como un nefasto eslogan puede generar un enorme dolor a varias personas. No dudo de que haya sido eficaz pero considero que lo legítimo es buscar la eficacia sin dañar a nadie.
Más allá de este triste acontecimiento (que describe bastante el momento que vivimos) la principal reflexión del lunes debería partir de las formaciones de izquierdas. El PSOE pierde gran parte de sus gobiernos y no conquista otros en los que hace años apenas tienen representación. Podemos desaparece del mapa y deja de ser decisivo, un papel que había ejercido en unos cuantos territorios. Compromís se desangra y no logra retener a aquellos a los que había convencido en la última década, lo que significa que el poder le ha desgastado bastante. El efecto Yolanda Díaz ha pasado completamente desapercibido.
La izquierda se ha encontrado con un problema importante y parece que no quiere darse cuenta. Se choca con la realidad y prefiere mirar hacia otro lado antes que asumir responsabilidades. En los últimos días en todas las comparecencias los líderes han tirado balones fuera, echando la culpa de sus resultados a factores externos (los periodistas, Madrid, los discursos de los otros...). Tanta excusa impide resolver el verdadero escollo de los partidos progresistas. Han perdido su capacidad de ilusionar. Enfrascados en peleas absurdas se han olvidado de lo más importante.
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