De Donald Trump dijo David Lynch que nadie había sido capaz de valorarlo de forma inteligente. Lo hizo cuando el empresario llegó por primera vez ... a la Casa Blanca, en lo que muchos considerábamos una excentricidad que no tendría demasiado recorrido. Nos equivocamos. El magnate acaba de recuperar su cargo en Estados Unidos después de arrasar en las últimas elecciones generales americanas. Posiblemente pecamos de ingenuos, de superficiales, de soberbios los que vaticinamos que los que habían depositado el voto en el candidato republicano en ese momento renegarían del personaje al comprobar sus extravagancias, sus polémicas, sus desaires, sus decisiones inauditas. Incluso estábamos convencidos de que su propio partido no le permitiría presentarse de nuevo tras aquel controvertido mandato y sobre todo después de cómo actuó al perder las posteriores elecciones contra Biden. Eso sin tener en cuenta los problemas judiciales que todavía arrastra. No acertamos los que pronosticamos una cosa y la otra. Los suyos volvieron a auparlo y apoyarlo y el pueblo lo ha respaldado de manera contundente.
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Desconozco qué atrae tanto de Trump, de sus continuas provocaciones y de su manera de gobernar contra el resto del mundo, pero coincido con Lynch en que no hemos sabido interpretar bien lo que supone que una figura de estas características alcance un puesto como el que ostenta y que un grupo tan amplio de ciudadanos consideren que es la mejor opción. Me niego a pensar que es una reacción antisistema o poco meditada.
Con Lynch he coincidido siempre, incluso cuando no lo entendí, que fue en varias ocasiones durante su carrera. Ha marcado mi vida personal y mi relación con el cine, porque desarrolló su filmografía a medida que yo fui creciendo y convirtiéndome en un amante de lo audiovisual. Su obra se alejaba de todo lo que había visto hasta entonces, de la mayoría de películas que estaban a mi alcance. Conseguía perturbarme como ninguna otra y hacerme preguntas que a día de hoy sigo sin saber responder, aunque ya no me preocupe. Después he tenido acceso a otros creadores que se movían en ese terreno, pero ninguno con el impacto de Lynch.
El sueño americano de este director era oscuro, inquietante y plagado de demonios desasosegantes. Quizá ese sea más parecido al de la realidad que el que se ha empeñado en presentar Hollywood durante años.
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La toma de posesión de Trump, repleta de invitados grotescos, de gestos arrogantes y de discursos cargados de odio hacia sus adversarios políticos y hacia distintos grupos sociales, también se alejaba bastante de ese Estados Unidos del que muchos nos enamoramos a través de su cine, abierto, integrador, en el que cualquiera puede llegar a convertirse en lo que desee. Lynch estuvo más acertado al presentar esa otra cara que nadie quiere ver de la condición humana.
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