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Hace unas semanas mi compañera Amalia Yusta y yo estuvimos en Londres visitando la Torre Grenfell, el bloque de viviendas que se calcinó hace ocho ... años en una secuencia similar a la que luego sufriría después el tristemente famoso edificio de Campanar. Nos citamos con afectados de aquel siniestro, que todavía recuerdan con horror cómo el fallo de una nevera originó el incendio que terminaría arrasando el inmueble entero. Es imposible acercarse a la zona y obviar lo sucedido en 2017, porque se han improvisado en el barrio distintos memoriales con fotografías, letreros, notas, velas y flores. La sombra de Grenfell es alargada.
No es para menos. En aquella tragedia murieron 72 personas y cientos de familias perdieron todas sus pertenencias y sus casas. Una primera investigación culminó el año pasado. Y ahora en 2025 se prevé que comience una instrucción penal contra los supuestos culpables. Todas las víctimas, por tanto, continúan pendientes de lo que ocurrió y sin que se depuren responsabilidades.
Ese primer informe, en el que se han invertido siete años, identifica hasta 250 presuntos responsables de negligencias, desde figuras relacionadas con instituciones hasta la compañía fabricante de los revestimientos altamente inflamables, pasando por los bomberos de la capital británica. E incluye una frase demoledora: «Todas las muertes fueron evitables».
La investigación determinó que el suceso fue «el resultado de décadas de negligencia» por parte del Gobierno central por el control de materiales y por la sistemática «falta de honestidad» de las empresas implicadas en la rehabilitación de la torre.
La conclusión del caso británico es tajante. También lo es la que expone la juez de Catarroja que investiga la gestión de la riada de Valencia del pasado 29 de octubre, según un auto que fue difundido el lunes a las partes. En él asegura que los daños materiales provocados «no se podían evitar, pero las muertes sí».
Muertes evitables, otra vez esa sentencia horrible asociada a un hecho que no hace falta recordar que se cobró 224 vidas.
El juzgado tiene mucho trabajo por delante para sacar conclusiones y para apuntar hacia quienes no obraron como debieron, pero de momento el primer análisis produce una enorme rabia. Y más aún cuando se observa el modo en que algunos responsables no están siendo transparentes respecto a su gestión y tratan de contaminar el proceso abierto para aclarar los acontecimientos. Habrá tiempo para repasar cómo actuó cada cual. Y sobre todo para valorar si de esta catástrofe se ha aprendido algo.
Porque sí, de las catástrofes también se debe aprender. Se podría haber tomado buena nota de lo ocurrido en Grenfell y tal vez se habría evitado lo de Campanar y otros incendios. Ojalá que al menos de la dana se saquen al menos algunas lecciones.
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