Nacho Cano nos ha acompañado a algunos desde que éramos unos críos y no parece que tenga intención de desaparecer de nuestras vidas a tenor de los últimos acontecimientos en los que se ha visto implicado. Se puede disentir de muchas cosas con este artista ... pero nadie le puede negar su capacidad para llamar la atención, bien por su afición a apilar teclados sobre el escenario o por la parafernalia que montó esta semana, rodeado de trabajadores y abogados, para defender su inocencia.
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A Cano le debemos -y no sé si le perdonamos- que hayan quedado en el acervo colectivo frases como «Sabes que nunca has ido a Venus en un barco» o «Déjalo ya, que hoy no me he peinado a la moda y tengo una imagen demasiado normal». Es imposible leer estos versos sin canturrear las canciones a las que pertenecen, porque hubo un tiempo en que era obligatorio aprenderse cada tema que publicaba Mecano y por eso copaban emisoras de radio, programas de televisión y verbenas. No había opción alguna de librarse de ellas.
A él y a su hermano hay que reconocerles su talento para crear himnos que han alcanzado a generaciones que ni estaban ni se les esperaba cuando aquel grupo tocaba sus primeros acordes. Muchos de los que hoy reniegan de este artista cada fin de año, antes de tomarse las uvas, mencionan a los marineros, soldados, solteros, casados, amantes, andantes y alguno que otro cura 'despistao' que pasan por la Puerta del Sol y vacilan con que «la quinta es la una y la sexta es la dos y así el siete es tres». Sin reparar en que detrás de esa letra se esconde Nacho Cano. Y lo mismo cada 7 de septiembre cuando celebran aniversario. O cuando bromean con que hoy no se pueden levantar. Hasta el «no controles» de Vicky Larraz es obra suya.
Junto a su tino para componer canciones que quedasen en el recuerdo Cano desarrolló una disposición inaudita hacia los excesos, algo que le ha acompañado hasta nuestros días. Solo quien no conociese actuaciones anteriores de este cantautor se podría sorprender de la puesta en escena que montó el pasado martes para dar respuesta a la detención de la policía. No nos llamó tanto la atención a los que lo recordamos golpeando los pianos digitales, como abanderado del budismo o gritando con fuerza «que nos oiga Miguel Ángel» en el concierto en homenaje al concejal de Ermua asesinado por ETA.
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Pero esa falta de mesura o gusto por la excentricidad no deberían disculpar lo temerario que resulta que un personaje público cuestione la labor de la Policía, a la que llegó a comparar con la Stasi. Y sobre todo si lo hace en una rueda de prensa en la que él mismo reconoce que existía una denuncia previa interpuesta por una becaria descontenta. Desautorizar a las instituciones -estemos o no de acuerdo con ellas- solo contribuye al caos. Y el caos no beneficia a nadie. Ni siquiera a Cano, aunque haya transitado a menudo por él.
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