En 1976 la calle era de Fraga. O eso decían los que le atribuían la popular frase que supuestamente le espetó a Ramón Tamames, a propósito de la primera manifestación del Primero de Mayo convocada por los sindicatos. Él, sin embargo, nunca reconoció haber pronunciado ... nada parecido ni ser dueño de ninguna vía pública. Los que le acusaban no tenían pruebas, tampoco dudas.
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Desde entonces la titularidad ha estado más disputada, aunque ha solido variar en función de quien ha gobernado en cada época y en cada territorio. Tradicionalmente la idea de manifestarse ha estado más asociada a la ideología progresista, aunque la realidad es que las calles no son de derechas ni de izquierdas, aunque a unos y a otros les cueste entenderlo en ocasiones y dependiendo del motivo de las movilizaciones.
Sobre hacer uso de este derecho también ha habido ideas cambiantes entre nuestros partidos según les ha convenido en cada momento. Y digo también porque lo de modificar la opinión si las circunstancias varían no es algo nuevo, por más que ahora cueste más entenderlo.
El expresidente Aznar acusaba en 2003 a la oposición «de querer ganar en la calle lo que no ganaba en las urnas». Por entonces las protestas se repetían en España por la postura adoptada por el Gobierno respecto a la guerra de Irak. El entonces líder del PP se quejaba del «ruido y estruendo» y señalaba culpables. «Nuestros adversarios socialistas y comunistas», decía, y les afeaba por «faltar el respeto a las reglas de comportamiento democrático» y por «crear un clima para que surja el acoso al PP».
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Que a nadie le extrañe tanta comilla en este artículo de opinión. He querido ser literal. He recurrido a la hemeroteca para buscar las palabras exactas que utilizaba Aznar, con el fin de compararlas con las que estos días emplean los actuales gobernantes. Y me he asombrado de la similitud entre aquellas y las de ahora, las que oímos y leemos veinte años después. Cambian las siglas, pero las acusaciones son idénticas. Ahora es el PSOE el que condena las concentraciones que se están produciendo frente a sus sedes, el que señala a PP y VOX por promoverlas, el que habla de acoso a sus filas. Los papeles han cambiado, las calles no, las calles siguen ahí.
Porque las calles son de todos. Conviene recordarlo. A unos y a otros. No pueden molestar solo cuando no se entona el cántico que a uno le favorece. Eso no vale.
Pero las calles hay que cuidarlas. Cualquier muestra de violencia contra ellas -quemando contenedores, derribando vallas, agrediendo a los reporteros que tratan de hacer su trabajo- deslegitima el discurso y hace perder la razón. Por el bien de las calles, de esas calles de todos, debemos condenar esos comportamientos. Sin peros, sin ambigüedades, sin vacilaciones. Lo contrario es ser cómplice.
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