Secciones
Servicios
Destacamos
Existe una obligación autoimpuesta de ser productivos todo el rato, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, de utilizar las horas en que estamos despiertos para realizar cualquier actividad considerada de provecho. Entramos en un bucle tal que incluso nos proponemos ser capaces de ... compaginar varias tareas a la vez. Así dedicamos el tiempo en que estamos en el baño para contestar mensajes en el móvil, mientras desayunamos vamos leyendo los primeros mails del día, caminamos por la calle repasando documentos en el teléfono, sin apenas levantar la vista nada mas que para no ser atropellados por algún coche.
Una hora de nuestro tiempo en la que no hayamos encadenado al menos tres o cuatro labores nos resulta desperdiciada, no exprimida lo suficiente. Nos torturamos si llegamos al mediodía y no tenemos un sinfín de misiones resueltas. Aunque nunca son suficientes, porque cuando entras en bucle no eres capaz de calibrar cuánto es mucho o poco. O al menos suficiente.
Lo peor llega con el tiempo libre, que lo gestionamos de idéntica forma, tratando de ocuparlo con encargos de todo tipo: ordenar armarios, ir a la compra, reubicar cosas en casa, buscar viajes por internet, repasar las cuentas del banco... El caso es no parar, como si nos fuesen a poner una multa por dejar de ser productivos unos minutos, como si el mundo se acabase si nos detenemos un momento.
Lo de aprender a no hacer nada es algo que cuesta, pero que merece la pena intentar. Más difícil todavía que eso es no sentirse culpable después, no dejar que te golpeen unos remordimientos absurdos que no van a ninguna parte. Porque no formamos parte de ningún videojuego en el que nos van a dar vidas extras por todas las pantallas que conseguimos pasarnos. Eso no va así. Pero hace falta cumplir años para reconocerlo. O al menos ese ha sido mi caso.
Reconozco que cada vez me siento más cómodo y disfruto más de no hacer nada. Y cuando digo nada es nada. No digo leer, no digo ver una serie, no digo dar un paseo. Digo nada. Me refiero a pasar un buen rato -si pueden ser dos horas mejor que una- sin ser productivo, sin pensar en nada, sin dedicarme a una función concreta. He descubierto que se puede echar el freno, tumbarse en un sofá con el único ánimo de mirar el infinito y dejar que la mente medite ella sola sobre cuestiones absurdas.
En los últimos años se ha hablado mucho del FOMO (fear of missing out), que era el temor a perderse algo y que asolaba a una parte de la población, que se dedicaba a no decir que no a nada y a no despistarse con ninguna moda por el miedo a quedarse fuera de la conversación. He descubierto ahora que también existe el JOMO (joy of missing out), que es precisamente el placer de perderse cosas. Y, es sin duda, un movimiento con el que cada vez comulgo más. Poco a poco.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.