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No hay nada más barato que una promesa y si no que se lo pregunten a los políticos que según entran en campaña las hacen a diario, sobre cualquier tipo de asunto y sin ningún rubor. En las semanas previas a las elecciones se abre ... la veda para prometer de todo, al precio que sea.
No existe una fiscalización real de las promesas. Habrá quién diga que las urnas sirven para eso, para que los votantes determinen si se han cumplido o no y en función de eso toman una decisión. Y no les falta razón. Pero los votos engloban más factores y están motivados por unas cuantas razones, apuesto a que muchas de ellas ni siquiera atienden a una lógica aplastante.
No obstante sería mucho más fácil si se regulase de alguna manera el uso y abuso de promesas, si los representantes de cada partido tuvieran que certificar mejor cómo pretenden llevar a cabo algunas de las cuestiones que plantean y, sobre todo, si los candidatos debieran dar cuenta al final de cada legislatura de todo lo acometido o no, de lo que cayó en el olvido, de lo que no tenía fundamento visto con perspectiva.
Necesitamos auditorías de promesas. Y notarios que certifiquen las palabras dadas en los mítines, los acuerdos que se alcanzan en las plazas frente a los votantes potenciales. Que prometer no sea tan sencillo. Por supuesto que sé que esto es una entelequia, soy consciente de que las promesas seguirán devaluándose. Constato que la política es capaz de arrasar con casi todo. Incluso con algo tan bello como es prometer.
Solo nos queda tirar del humor y observar hasta dónde llega la verborrea de nuestros políticos y los límites que traspasan sin pensárselo al presentar lo que pretenden hacer si son elegidos. Un rápido repaso a las promesas que nos ha dejado lo que llevamos de campaña nos permite discernir entre algunas tendencias claras. Como, por ejemplo, que se lleva lo de prometer sobre áreas que escapan de la competencia del que habla. Ribó es experto en esto. Ha anunciado medidas relativas al alquiler, a la frecuencia de los metros y a la cuota de autónomos, a pesar de que desde el Ayuntamiento no se puede legislar sobre ello. Qué más da.
Resulta curioso escuchar algunos anuncios por parte de quienes llevan ya años en el cargo. Martínez Almeida, por ejemplo, dice que plantará 500.000 árboles en los próximos cuatro años, aunque en el tiempo que él lleva como alcalde de Madrid más que repoblar lo que ha hecho es talar ejemplares. Para promesas esperpénticas la de Ayuso, que en el debate autonómico adelantó que regalará una planta para cada balcón de la ciudad con el fin del cambio climático. Feijóo ha hecho el más difícil todavía, prometer algo que lleva ya en vigor varios años, la reserva de un 7% de empleo público a personas con discapacidad. Y luego está Sánchez que promete a golpe de talonario público. Lo de puedo prometer y prometo se ha devaluada del todo.
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