Tan importante como un hogar al que volver es tener un bar en el que dejarse caer de vez en cuando y en el que sepan que el café lo tomas corto de leche, la cerveza rubia y la coca cola sin azúcar. Un lugar ... en el que no te sientas un extraño, en el que te guarden sitio preferente y en el que encuentres caras amigas con las que resolver el mundo durante un rato en la barra. Es posible que ni siquiera te guste su aspecto o que no preparen las mejores tostadas pero, como en cualquier relación, no todo ha de ser perfecto.

Publicidad

Dependiendo de edades y de etapas vitales estos bares varían. Cuando somos niños nuestros bares seguros en realidad no son nuestros sino los de nuestros padres. Suelen estar cerca de casa y podemos acudir a ellos ante cualquier adversidad, porque nos conocen en calidad de hijos de. El de Bastida he sido yo siempre, porque es así como se referían a mi padre. Son espacios a los que entrar si llueve, en los que tomar algo aunque no lleves dinero porque «ya me lo pagará tu madre mañana», en los que hacer tiempo mientras vienen a recogernos.

Los bares de la universidad son sustitutos perfectos de muchas aulas por las horas que pasamos en ellos y por lo que aprendimos sentado en una de sus mesas. Son sitios a los que nunca irías un fin de semana pero en los que fichas sin faltar en cuanto llega el lunes. En los que lo mismo juegas a las cartas que te preparas el examen que se te resiste. En los que planeas la fiesta más loca de final de trimestre o en los que te confiesas mientras los botellines se acumulan. Y siempre puedes pedir uno más porque siempre habrá alguien cerca que en caso de necesidad pueda acercarte a casa. Pues no eché yo horas en el Trenet.

Tan importante como un hogar al que volver es tener un bar de confianza en el que dejarse caer a veces

Con la independencia, con el primer piso que alquilas, ese nuevo escalón en la vida requiere otro bar, uno cercano, que casi sirva como una estancia más del apartamento que has conseguido arrendar. Suele estar a escasos metros del portal, te debe generar confianza y también has de ganártela allí tú. Una vez superado ese trance ya sirve para que te dejen los paquetes que recibes y no caben en el buzón, o para depositar una llave de repuesto por si, en un momento dado, no localizas la tuya. Lugares a los que bajar a desayunar antes de encarar el día o en los que tomarte la última con sus feligreses, que con un poco de suerte casi acaban convertidos en segunda familia.

Publicidad

Yo de estos he tenido dos y ya han desaparecido ambos. Mancini, en la calle Moratín, fue uno, espacio agradable y exquisitamente decorado que llegué a usar hasta de oficina en la que entrevistar a gente. Y que cerró para reconvertirse en no sé cuántas franquicias lleva ya. Y el Rivendel, que frecuenté hace mil años, cuya música podía escuchar desde mi salón, y que tanta compañía me hizo. Ha bajado la persona, dejando huérfanos a no pocos y despertando recuerdos que casi había olvidado.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€

Publicidad