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Hace unos días una amiga, que vive en el barrio del Carmen, se lamentaba por el sonido incesante de maletas que escucha desde su casa. Esas trolleys que vienen y van y que si tuviesen cuentakilómetros seguramente les saldría una cifra disparada de la cantidad ... de cascos históricos que han recorrido. Le hubiese dicho a mi amiga que eso le pasa por vivir en pleno centro, pero lo cierto es que ese sonido ya inunda toda la ciudad. Pocas calles se libran de él. Valencia suena a traqueteo de maletas, a marabunta, a indicaciones de guías en todos los idiomas, a timbres de bicicleta alquilada, a sirena de crucero.
Ninguno de estos sonidos es nuevo. Valencia siempre ha sido un destino turístico bastante reclamado y no era extraño encontrarse con visitantes merodeando por sus monumentos, sus plazas y, por supuesto, sus playas. Pero ahora la banda sonora es más intensa, más machacona, más estridente. Porque el número de turistas ha aumentado considerablemente en los últimos años, convirtiendo lo que era una tabla de salvamento para la economía en un sufrimiento para el día a día de los vecinos. No es algo aislado. La mayoría de ciudades españolas y de otras partes del mundo se enfrentan al mismo problema. Algunas llevan años denunciándolo sin encontrar solución. También lo han potenciado, para qué engañarnos, porque es complicado quedarse en un término medio. Y más en este tema.
Todos somos turistas alguna vez. Ahora que se acercan las vacaciones serán nuestras maletas las que recorran las ciudades de otros, seremos nosotros los que escuchemos a guías y los que formaremos parte de marabuntas que molesten a vecinos de otros lugares. Como mínimo estará bien que tomemos conciencia de ello y actuemos, allá donde vayamos, en consecuencia. Es un gesto pequeño, que sirve de poco, pero que al menos nos servirá para entender y acatar lo que ha de venir. Y lo que ha de venir es una mayor restricción en la manera en que se desarrolla el turismo actualmente. No queda otra. Los políticos tienen que tomar decisiones, aunque algunas vayan a encontrarse con oposiciones férreas.
No deberíamos dilatar más la cuestión porque se nos acumulan las alarmas. Esta misma semana la Universidad Politécnica ha advertido sobre la necesidad de mejorar la gestión turística y ha puesto en el punto de mira los edificios patrimoniales, para los que reclama mayor prevención.
Un estudio señala que las masificaciones y aglomeraciones puedan dañar la Catedral y su entorno y lo argumenta con estimaciones precisas de tráfico peatonal que soporta esa zona. Es lógico pensar que algo similar estará sucediendo con la Lonja o el Mercado Central, habituales paradas de los que vienen de fuera. El turismo frenético empieza a ser un problema hasta para el propio turismo, si se carga sus principales atractivos.
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