Septiembre es el mes más desconcertante del año. Con diferencia. Mira que enero, cuesta arriba o cuesta abajo, se hace difícil. O que agosto, nos pone la adrenalina a cien con tanto viaje y movimientos fuera de nuestra rutina. Pero algo tiene septiembre que es ... imposible no revolverse una vez llega.

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Tal vez sea porque le toca interrumpir nuestro periodo vacacional y nos obliga a retomar la actividad habitual cuando el tiempo todavía se empeña en simular que es verano. Y eso impide centrarse, prestar la suficiente atención que muchas tareas nos requieren. Siempre hace acto de presencia de manera abrupta. Todo el mundo sabe que es su turno pero nadie está lo suficientemente preparado como para abrirle la puerta y dejarle entrar para que campe a sus anchas.

A septiembre, aunque no lo sea por el orden en que fue colocado en el calendario, le cae el sambenito de actuar como si con él se iniciase el año. Sin ser él nada de eso. Desempeña funciones y responsabilidades propias de enero, a pesar de que la disposición natural le coloca muy lejano a ese mes. Por cercanía tendría más sentido que febrero o marzo asumiesen determinadas competencias, pero no sucede así. El mundo está organizado para que septiembre ostente ese protagonismo. Para la mayoría de nosotros el año empieza ahora y no después de las famosas doce campanadas.

A septiembre, aunque no le corresponda, siempre le cae el sambenito de actuar como si abriese el año

Y esto significa que en esta fecha quien más y quien menos se fija objetivos y metas que pretende cumplir, por lo que las exigencias son altas. Y luego si no se cumplen los propósitos a quien se culpa es a ese mes que parece que nos ha empujado a cambiar hábitos y a emprender todo tipo de proyectos.

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Esa es otra. En septiembre la epidemia del emprendimiento es más elevada. Todo el mundo tiene algo entre manos que quiere llevar a cabo y para lo que convoca a quienes le rodean, aunque estos pretendan ir a otro ritmo. Si no tienes un plan, un reto o una idea que materializar es posible que te sientas descolgado en algún momento. Es un mes empeñado en recargarnos las pilas. Y eso el cuerpo no siempre se lo toma bien.

Septiembre exige desempolvar citas pendientes. Llamadas que antes del verano prometimos hacer, encuentros que postergamos para más adelante, caminos para los que inventamos excusas que se agotan. Todo eso regresa antes de otoño con una fuerza que aturde, que nos obliga a pasar a la acción, aunque uno tenga todavía la mente más en la playa que en el teclado.

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Y, pese a todo esto, hay algo mágico en septiembre que nos impide que lo odiemos, que lo tratemos con desdén. Tal vez sea la luz, o esas tardes que todavía se alargan, o una temperatura que invita a aprovechar el día lo máximo posible. Es imposible no andar trastocado estos días.

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