Me he afeitado. Me he cortado la barba totalmente. No es algo que haga habitualmente, de ahí que lo cuente con cierta solemnidad. Cada vez que me decido a pasarme la maquinilla me siento como si me hubiese colocado una careta o puesto algún disfraz, ... porque me cuesta un rato reconocerme y me siento un poco más expuesto.
Publicidad
Me recuerda a cuando hace unos años se hablaba del síndrome de la cara vacía. Cuando recuperamos la normalidad tras la pandemia provocada por la expansión del coronavirus, volvimos a las calles y fuimos poco a poco desprendiéndonos de las mascarillas que durante meses nos habían servido de elemento protector se empezó a mencionar este trastorno. No llegaba de Wuhan ni se había destapado en ningún mercado del mundo; no perjudicaba nuestro sistema respiratorio, ni producía dolores torácicos ni palpitaciones. Los efectos en este caso eran bien distintos.
El 'mask fishing' se caracterizaba por la sensación de inseguridad que se generaba al dejar la cara al descubierto, al recuperar esa estampa habitual después de tantos meses tapados por el miedo a contagiarnos del virus. Decían los que lo padecían -y los que lo diagnosticaban- que el hecho de reencontrarnos con nuestro aspecto anterior podía incomodarnos, podía desatarnos emociones adversas.
No diré yo que esté ahora atravesando una situación similar, tras pasarme la cuchilla y exponerme a la vida a pelo. No ha ido tan lejos la cosa. He vivido sin barba durante muchos años. De hecho apenas hace una década que decidí rebajármela muy de vez en cuando. Y solo en vacaciones me afeito a menudo aprovechando que tengo más tiempo y que suele darme el sol.
Publicidad
Que la barba se pusiese de moda nos liberó a muchos chicos de la dictadura de la maquinilla. Y reconozcamos que además la barba, en general, favorece, seguramente porque esconde defectos y disimula los rasgos menos favorecedores. Así que solo he encontrado ventajas a la hora de optar por esta nueva apariencia.
Tanto es así que me he acostumbrado totalmente a ese aspecto. Y, sobre todo, he acostumbrado a los demás, por lo que cada vez que me afeito provoco todo tipo de reacciones y opiniones. Me descubro y se abre el debate en torno a si la barba me hace parecer más joven o más mayor, me vuelve más feo o más guapo. Y por supuesto existen opiniones diversas. Y todas son bienvenidas, porque afortunadamente el síndrome de la cara vacía me pilla con la mente despejada y con la autoestima alta. Pero no puedo dejar de pensar en lo mucho que nos condiciona todavía el aspecto físico y en lo vulnerables que nos sentimos ante cualquier referencia a él. Por nimia que sea.
Publicidad
No ocultaré tampoco que en estos momentos de mi vida la opinión que más me importa es la de mi hijo, que me pide a menudo que me afeite cuando le enrojezco las mejillas al achucharle sin parar. Así los síndromes se digieren mucho mejor.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.