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Cualquiera diría que hemos regresado a los años 90 teniendo en cuenta la relevancia que en los últimos días han vuelto a adquirir Felipe González ... y José María Aznar, presidentes retirados, aunque nadie lo diría. Al verlos desfilar a uno y a otro por distintos púlpitos, estudios y platós más de uno habrá retrocedido a aquel final de siglo en el que uno trataba de retener el poder en Moncloa y el otro peleaba por sucederle, echándole en cara los desastres de su gestión.
Eran entonces líderes de las principales formaciones políticas estatales y no asomaba nadie que les pudiera toser, ni fuera de sus partidos ni, sobre todo, dentro. Porque en estos casos si hay que resguardarse de algo es del fuego amigo. En aquellos tiempos ni socialistas ni populares guardaban en sus estanterías secretarios generales suficientemente importantes como para que su voz se oyese en caso de alzarla. No había expresidentes que lamentar.
González y Aznar dejaron sus cargos hace décadas pero siguen reclamando atención, ninguno se encuentra cómodo en el papel de jarrón chino retirado. Necesitan seguir siendo admirados. Se niegan a cerrar la puerta del todo. Otra cosa es lo que necesiten sus sucesores de ellos, aunque casi ninguno se atreva a ser sincero al respecto.
¿Para qué sirve un expresidente? La teoría dice que son referentes a los que acudir en busca de consejo, poniendo en valor la experiencia que atesoran. Luego en la práctica se ha demostrado que más que salir al socorro de sus compañeros suelen acudir a enmendar la plana. Y si no que se lo pregunten a Sánchez y Feijóo, a quienes les toca estos días aguantar estoicamente las peroratas de sus mayores. A uno por su hoja de ruta y al otro por la ausencia de ella.
Curiosamente González y Aznar han ido aproximando posturas desde que no ejercen. Tanto que cuesta imaginarlos ahora en banquillos diferentes. Uno y otro se oponen a la posible amnistía de Puigdemont y compañía y agitan a los que fueron sus votantes para que se movilicen para impedirla. El exlíder del PP ha llamado a la acción. El del PSOE no ha llegado a tanto pero a nadie le extrañaría encontrárselo en el acto de protesta que la oposición ha organizado para el próximo día 24, en vísperas de una investidura popular que cada vez resulta más improbable.
Pese a que están más en sintonía Aznar y Feijóo que González y Sánchez es posible que la primera relación despierte más quebraderos de cabeza que la segunda. Sánchez ha conseguido los mejores resultados del PSOE en quince años y no cuenta con competencia que le eclipse dentro de su partido. Así que lo que diga González posiblemente le entre por una oreja y le salga por otra. Para Feijóo es más difícil de gestionar. No ha ganado unas elecciones que parecían cantadas y le rondan al menos dos alternativas que podrían disputarle perfectamente el liderazgo. Aznar lo sabe, aprieta y, tal vez, ahogue.
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