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En las últimas semanas se han tomado algunas medidas institucionales para tratar de reparar situaciones que generaban conflictos. El Consejo de ministros aprobaba la ley de familias, que pretende promover la conciliación y solventar algunas trabas que se encuentran muchas personas para poder cuidar a ... familiares. También se ha prorrogado la excepción ibérica que rebaja el tope al gas, con la que se intenta moderar unos precios, sin duda alguna, abusivos. Otro tema que preocupa es el del cambio climático, un asunto de difícil solución que, como mínimo, pide pequeñas contribuciones de todos los organismos. En ese sentido se ha dado luz verde a un real decreto para mejorar la calidad del aire y reducir los episodios de alta contaminación, una actuación a cargo de varias administraciones públicas cuyos resultados están por ver.
Pero ninguna de estas cuestiones tiene el calado de la que resolvió la Real Academia Española hace tres semanas. Después de años provocando crisis de ansiedad, de batallas dialécticas surgidas por las dudas en el uso, de enfrentamientos entre seguidores y detractores, de dilemas morales que han ocasiones no pocos quebraderos de cabeza, después de todo eso, al fin esta institución ha tomado una determinación respecto a un clamor popular: la tilde en la palabra solo.
No se hablaba de otra cosa en los supermercados, en las colas de embarque en los aeropuertos, en las peluquerías, en las barras de bar entre trago y trago.
La desaparición de la tilde causó contratiempos que han abierto informativos y páginas web desde que la RAE modificó la norma. Los parques de numerosas ciudades se plagaron de tipos desacompañados que confundieron mensajes que incluían la palabra solo. Los departamentos de desórdenes digestivos de los hospitales se han colapsado de pacientes que no especificaron que el café no lo querían solo y les sentó mal. El aislamiento no deseado, de personas que no utilizaron correctamente el vocablo solo, ha generado bastantes problemas de salud mental, que han forzado a lingüistas, escritores y expertos a tomar una decisión al respecto.
Los académicos han zanjado el asunto, no obstante, de la misma manera con que se resuelven otros en los tiempos actuales, intentando contentar a todas las partes, sin mojarse y con el ánimo de no hacer más ruido. Culminaron el pleno en el que se abordó el tema indicando que se puede poner la tilde si quien escribe cree que hay riesgo de ambigüedad. Fin de la polémica. Nadie ha vuelto a reabrir el debate pese a la tibia respuesta.
El lenguaje, ya lo he dicho en más de una ocasión, es un buen baremo de nuestra sociedad. La evolución y la involución de la manera en la que hablamos sirve de termómetro de nuestros días. Y en si nos atenemos a este caso, claramente, estamos involucionado.
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