Hace unos días circuló por las redes sociales un vídeo de una boda en la que los invitados recibían a los novios coreando «que te vote Txapote». Podían haber escogido el «Será porque te amo», de Ricchi e Poveri, que parece más propio para un ... evento de estas características pero decidieron entonar, con alegría y jolgorio, el desafortunado lema que los partidos de derechas han acuñado como propio en las anteriores y en estas últimas elecciones.
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Las imágenes que se hicieron virales mostraban a gran parte de los convidados a un enlace coreando la popular muletilla, mientras movían las servilletas y aplaudían. Lo hacían entre risas, en un ambiente de fiesta, sin ser del todo conscientes (espero) de que el nombre que canturreaban es el de un asesino sanguinario al que se le imputan los crímenes de, entre otros, Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica o José Luis Caso Cortines. Que sembró el terror en nuestro país en los años 90. Que representa al ala más dura de una banda terrorista que ha marcado la vida de varias generaciones. No hay ningún motivo de fiesta al nombrar a este sujeto.
A juzgar por las imágenes es posible que muchos de los que coreaban no tengan del todo claro quién es el tal Txapote, no son conscientes de la trascendencia negativa del susodicho. Posiblemente por una cuestión de edad no recuerdan los años en que a menudo debíamos lamentar la muerte de seres inocentes por culpa de atentados indiscriminados, no saben lo que es vivir con el temor de que suene una bomba. No les retumba ese estruendo, que si desgraciadamente alguna vez has sentido no se te va de la cabeza nunca. No se me ocurre ningún motivo ni ningún objetivo que alcanzar por los que merezca la pena frivolizar con ese individuo.
El problema va más allá de la anécdota, de la desconsideración hacia los afectados (que han pedido de todos los modos que se abstengan de utilizar el funesto eslogan), del uso electoralista. El problema es que, seguramente, con esto se esté desmemoriando a mucha gente joven, se le está transmitiendo una información superficial -y dañina- sobre una etapa crucial en nuestra historia reciente. Una etapa que no hay que olvidar. Ni banalizar. Ni pervertir. Ni mucho menos corear.
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Me avergüenza ver 'merchandising' con la frase de marras, me asombra que haya marcas de ropa o de vinos que sin pudor hagan negocio con el lema, me escandaliza que un club marítimo la luzca en su fachada sin calcular el dolor que es capaz de provocar, me enfada que haya políticos y periodistas que justifiquen lo injustificable para seguir lanzándola.
Porque lo que uno debería esperar del partido al que vota más allá de que gane unos comicios es que sea responsable. El daño moral y el peligro de sobrepasar determinadas barreras quizá sea irreparable.
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