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Un siniestro con las características del incendio de Campanar te traslada de inmediato a la tragedia, te obliga a imaginar cómo reaccionarías ante un hecho así. Las preguntas se acumulan. Los miedos se disparan. Las dudas más imposibles se manifiestan. Una vez pasado el impacto ... que sufrimos el pasado jueves tras ver dos torres devoradas por el fuego y tras conocer el número de víctimas que se había cobrado el suceso hay algo en lo que no dejo de pensar todo el rato, en las últimas llamadas.
Las informaciones que hemos podido leer estos días, y sobre todo los relatos que dejan los principales afectados, están salpicados por esas llamadas cruciales, las que se hicieron para pedir auxilio, las que se convirtieron en despedidas improvisadas, las que algunos creían que serían las últimas, las que pretendían dejar constancia de lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
He debatido mucho conmigo mismo sobre lo que haría o no en esa tremenda tesitura. Y no consigo quedarme con una respuesta firme. Voy cambiando de opinión dependiendo del momento y dependiendo de con quien lo hable. Valoro la importancia del adiós, pero me acongoja suponer cómo deben sonar esas palabras en quien las recibe, cómo deben retumbar días y días más tarde.
Sin demasiado tiempo para sopesar, con el temor invadiendo el cuerpo, el móvil en esos instantes en las manos ha de pesar quintales. Y resultará complejo marcar unos números sin que el pulso tiemble. No dejo de recrearlo. En cuestión de segundos tienes que decidir si realizas esa llamada y, sobre todo, a quien irá dirigida. Hemos leído sobre algunas de las que sucedieron en las torres de Campanar hace una semana y es imposible no sobrecogerse, por la forma en que debían de sonar y en que serían recibidas.
¿Qué se dice en una última llamada? ¿Cómo se reacciona ante una despedida en esas condiciones? Difícil responder a estas cuestiones y sobre todo hacerlo desde la distancia, desde la serenidad que da que el destino no te apremie para tomar una decisión. Qué duro pronunciar un adiós y qué terrible recordarlo así siempre.
Hay llamadas que por supuesto preferiríamos no realizar nunca. Hay llamadas que por supuesto preferiríamos no recibir nunca.
Catástrofes como esta nos asoman a situaciones límite. Y en la última semana hemos asistido a unas cuantas que nos costará quitarnos de la cabeza. Al desasosiego de perder objetos queridos, no necesariamente de valor. A la ansiedad de deja el lugar que has habitado, sobre todo calcinado. Al impacto de los gritos.
Y la pregunta que revolotea siempre es la de qué hubiese hecho yo si me enfrentara a algo así. Ojalá no deba saberlo nunca. Ojalá nadie tuviese que pasar por algo así. Pero pasan. Cada día. Aunque nos afecten más las más próximas.
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