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Valencia amanecía este miércoles con resaca después de semanas de fiesta. El cansancio se percibía en sus calles, pegajosas y con restos de cartón y vidrio. A sus principales músculos les costaba moverse con soltura, todavía bloqueados por carpas vacías y escenarios a medio desmontar. ... El olor a las churrerías que se resistían a cerrar y emprender su marcha producía náuseas. Las vallas apiladas, los contenedores a rebosar y las muestras de ceniza aumentaban la irritabilidad.
A la ciudad no le ha quedado más remedio que tomarse un par de ibuprofenos para que el proceso sea lo más leve posible. Y le ha llegado el momento, entre toma y toma, de plantearse cómo será su próxima fiesta, que no tardará ni un año en llegar. A finales de febrero de 2025 las Fallas volverán a tocar a la puerta y Valencia, si nadie lo remedia, se enfrentará a casi un mes de descontroles continuos.
De verbenas que no se acaban. De puestos de comida que ocupan las aceras sin piedad. De cohetes borrachos que se lanzan sin cesar. De comportamientos irracionales en plazas y jardines sin pensar en las consecuencias. De botellones ante estatuas y monumentos. De gritos y exabruptos sin respetar al que quiere descansar.
Porque las Fallas han tomado un rumbo con difícil retorno. Nadie parece estar dispuesto a plantarse, a decir basta, a reflexionar sobre cómo los excesos de los que todos somos conscientes -y algunos colaboradores- pueden perjudicar gravemente la salud de nuestras fiestas. Y quizás un día sea demasiado tarde y no haya antiinflamatorio que lo remedie.
Valencia tiene al menos dos preguntas que plantearse con respecto a las Fallas. ¿Cómo las viven los valencianos y cómo las perciben los que vienen de fuera? Y escuchar todas las respuestas. No sirve de nada que nos engañemos a nosotros mismos y no seamos capaces de asumir las críticas y las posibles mejoras. Aunque eso conlleve algunas renuncias.
¿Están contentos los habitantes de la ciudad con que esta se desdibuje, se colapse, se desmadre durante semanas? ¿Les merece la pena que las juergas se adelanten cada vez más y que desvirtúen el espíritu original de la fiesta? ¿Son capaces de disfrutar de los días grandes teniendo que lidiar con la marabunta de gente y las retenciones en cada rincón?
Luego está la imagen que proyectamos a los turistas y, sobre todo, lo que estos esperan encontrar cuando vienen a las Fallas. ¿Aprecian los turistas el trabajo de los artistas y se plantean trazar recorridos para contemplar los trabajos que se plantan en cada zona? ¿Aprecian y participan de los actos más populares? ¿Los respetan y entienden su significado? ¿Disfrutan de los encantos de la ciudad o la ven únicamente como un lugar sin ley en el que desatar sus pasiones? Las cuestiones se agolpan y es preciso meditarlas.
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