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Me ha pasado siempre. Cualquier viaje no deja de ser una forma de comparación con lo propio. Volviendo de Sevilla, a pesar de todas las ... heridas y cicatrices, un buen sedentario, amante de su ciudad, no deja de valorarla a la vuelta como se merece, y reconocer ángulos que creía olvidados. Aunque la vuelta sea en avión, esa forma moderna de maltrato en el viaje, que al menos te devuelve la visión de la Albufera desde el aire. En mi cartografía de la ciudad, desde siempre, estaba ese sur castigado por la maldad urbanística. Por la concentración de la fealdad, por el plan Sur, la depuradora, las vías del tren y el Puerto, por todas las tropelías concentradas en el mismo espacio, que no se repartían por la ciudad. Ese sur, el que comenzaba en la Punta, te sorprendía con el olor de los pinos al llegar al Saler, inconfundible, y que nos acompañará siempre. Para nosotros, los del sur de la ciudad desde Tránsitos, la Albufera y todo lo que eso representaba, eran las acequias, las cosechas cuidadas, el olor a tarquín, el perfil del atardecer por Castellar y Pinedo y bien cerca el port del Tremolar. Había dos líneas operadas por Tomás Rubio, la primera desde el Bar Reina en Germanías, por Sueca, Peris y Valero, la Carrera Sant Lluís, la Fonteta, Castellar y Pinedo, la que fue nuestra playa. La otra partía desde el cine Coliseum en Germanías, por la calle Ruzafa, la Carrera En Corts, las Casas de Rubio, San Antonio hasta llegar al Tremolar. Era el territorio de la Pascua, del arroz, de las tiradas de caza, y las paellas de amigos. Una somera consulta a la hemeroteca acredita, en tradición secular, bajo todo tipo de régimen, que en la visita de cualquier personaje ilustre, lo mejor que hacía la ciudad es enseñar la Albufera. Reyes, ministros, fiscales o congresistas, todos han contado con su excursión a la Albufera. Era el tesoro más gozoso de la ciudad. Hasta cuando vinieron las Juventudes Hitlerianas en noviembre de 1943, también hubo los bailes y el viaje en barca. Como cuando vinieron las Juventudes Italianas del Littorio, las del partido fascista de Mussolini. Siguiendo la hemeroteca leo que contaba Jesús Morante Borrás en Jornada que desde Nápoles Alfons el Magnànim envió en 1413 una manada de búfalos, que trotaban «en los confines de la Albufera», y que «levantaban polvaredas indómitas». También camellos, de los que en 1463 se mandaron media docena a Mallorca. No tengo a mano el Dietari del Capellà d'Alfons el Magnánim por si aparece allí la referencia. Me da por elucubrar que no solo al monarca le chiflaba la mozzarella de búfala, sino que pudo intentar el fomento de la ganadería para sustituir el cultivo del arroz, tan propicio a las enfermedades. De haber triunfado, ahora tendríamos algo así como la moixarella de llet de búfala de l'Albufera.
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