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Atardecer

Miércoles, 14 de agosto 2024, 23:20

Lo contaba en estas páginas Lola Soriano, con un titular evocador: «Los atardeceres colapsan la Albufera». Y es cierto. Nos hemos empeñado en convertir la ... realidad en un fondo de pantalla. No sé si es la edad, pero ahora mismo, si me dieran a elegir, entre el atardecer y el amanecer, no hay nada que supere la ilusión de un nuevo día desde cualquier lugar en el que te encuentres. Con tierra rojiza o reseca. Regadío o secano. La Calderona, la Valldigna o la Gallinera. Con la perspectiva del Montgó, Segària, o desde cualquier lugar en el mar vislumbrando la tierra, mientras se recortan unos arbustos en un acantilado, y puede que se retuerza una sabina. Puesto a la confesión, diré que después de alguna travesía inquieta, con tráfico de mercantes, vigilando las luces de navegación, roja a babor, y verde a estribor, para calcular la dirección de la embarcación, lo bonito e insuperable es ver amanecer. Una actividad solitaria y reflexiva. Dejas de lado la inquietud de la noche, los problemas que se acumulan, el sueño si has tenido que hacer guardia, y de repente repones tu tranquilidad a la vista de Es Vedrà. Ya es un año más llegando a Eivissa o Formentera. Pero parece que en todo el Mediterráneo hay gente, ricos y pobres, que se concentra para ver las puestas de sol. Se clasifican calas, terrazas y restaurantes según su capacidad escénica para ver el atardecer. Ricas ensaladillas, increíbles cócteles, y los mejores atardeceres de la isla. La actividad esencial consiste en enfocar el fenómeno con la cámara del móvil y fotografiar la escena. Al acabar, y yo lo he visto, hechas las fotos, el personal aplaude como si fuera una mascletà, una coreografía a la que poner nota. En realidad es un fenómeno banal que se lleva produciendo de forma mecánica desde hace miles de millones de años, con inevitable precisión. Después las fotos se comparten de forma conveniente en alguna aplicación, se distribuyen en grupos de amigos, exhibiendo el lugar paradisíaco. Estoy convencido que en la nube deben acumularse billones de imágenes de puestas de sol, de esas tan bonitas, bien enfocadas y con filtro pasado, que nada dicen, que no tienen más historia que la combinación de colores. Porque el atardecer o el amanecer adquieren sentido por las personas, por lo que nace o muere, por el lugar, por el sentimiento que depositas y se acumula en los lugares. Por eso el sol que sale o se pone es diferente en un bulevar periférico, que todavía no asusta, en un cañar o en una acequia en la huerta, preparándote para recibir el resultado de una analítica, o conociéndola ya. El atardecer, y el sol, no son los mismos según el distrito o la renta de la ciudad.

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