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Si se tratara de una competición una buena parte de lo que se escribe y se lee en estos días se podría ordenar en dos ... grandes equipos. De un lado estarían los que se ponen la camiseta del balance. El arqueo de las acciones, los que hacen historia y memoria de lo que sucedió en este año. Una suerte de perversión, que consiste en reconocer lo poco que hicimos, las pocas iniciativas que pusimos en marcha. Errores y deficiencias que nos retrataron, y nos situaron en el lugar del reproche. En ese estadio, cada año con las campanadas se inicia el examen de conciencia. Como si cada año hiciéramos un simulacro de juicio final, y alguien, detrás de una ventanilla, en modo casa de empeños, se empeñara en devaluar lo que llevamos a empeñar. Un par de columnas, alguna iniciativa, una frase feliz. Desde luego, nada que sirva para tirar cohetes. El equipo de los memoriosos, se enfrenta en la pelea en el cuadrilátero, con el equipo de los propósitos, el que se enfunda la camiseta contraria, la del propósito de la enmienda, todas aquellas tareas que deberíamos emprender con urgencia, sin necesidad de nuevas excusas. Y sin embargo, entre balance y propósito no hay otra solución que la de administrar el presente, haciendo caso omiso de la tiranía del pasado y del futuro. El presente, el espacio, el lugar del aquí y ahora. Escribía Gabriel Miró, hablando de Polop, y de estos valles de la montaña, que eran «el lugar hallado». Es verdad que entre tanta propaganda de perfumes y electrodomésticos, y de regalos que hay que hacer por conveniencia, existe un espacio en el que se regenera el alma, y consiste en aquello que hace siglos que está aquí. La senda, la acequia, el bancal, la olivera y el algarrobo, lo que siempre nos ha acompañado y fue nuestra perspectiva amable, y a la que no hemos de renunciar. Pienso en estos pueblos que hace un siglo tenían más población que ahora mismo, y en la vida sencilla que nos ofrecen, alejados de la complejidad que ahora mismo hace tan odiosa la convivencia. Con wifi, carreteras y luces en la noche, se me hace incomprensible que en estos valles la población no sea lo que debería ser lo que pudo ser hace un siglo. Entre el balance y el propósito, esas grandes mentiras, se encuentra la vida real, el humo de la chimenea, la luz perdida en la cima de una montaña. Es verdad que hay una perspectiva que nos ha construido: la de la llanura de la huerta. Pero hay otra, que no es menos cierta, que es la de los valles, que también nos explican, y no hemos de olvidar. Una u otra, pero siempre identificando el lugar hallado de Gabriel Miró.
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