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Alguien tuvo la ocurrencia de rememorar, en las redes sociales, con nostalgia, el fervor cromático de la manifestación del año 1977. Nadie me lo tiene ... que contar, porque estuve allí, inocente y puede que demasiado creyente. Y aquel fervor forma parte de nuestra historia, de la misma manera que otros tiempos han sido tiempos de patriotismo, de resignación, de liturgia clandestina, y tantos otros sentimientos que han conformado nuestra historia. Esa misma fecha abarca los tiempos en los que fue fiesta ciudadana y foral, que congregación de dos docenas de activistas, que la de los cientos de miles. Del mismo modo que estuve en la constitución de los ayuntamientos en 1979, y he vivido demasiados años los insultos, y las banderas candidatas a la cremación. Eran las banderas de nuestros padres, y las nuestras, y no tengo claro que el fervor no sea un sentimiento un tanto excesivo, y deberíamos practicar, un patriotismo más allá de lo dominical. Un fervor inteligente, que recupere el futuro, y que sea la bandera de nuestros hijos, sin condenarlos a agitar las nuestras, con los mismos colores, pero que ahora mismo deberían estar desprovistas de esos rencores gastados, antiguos, que hoy en día son tan estériles. La misma tarde del miércoles, paseando por la vía 'xurra', coincidían en el tiempo, una senyera solitaria en un edificio del camino de Vera, el atasco en la entrada de la gente que volvía a la ciudad, decenas de bicicletas y paseantes, o una merienda de una falla en Alboraia, con globos y mesas, con un humilde homenaje de celebración de la fiesta. En el horizonte se veía el estallido de algún acto con pirotecnia. La ciudad tan cercana, y que a veces resulta amenazante, tenía el contrapunto de los olores de la huerta y sus acequias. Parecía un travelling de las distintas fórmulas de sentir lo colectivo. Desde ese punto de vista de lo público, todo nos ha hecho como somos, y todo suma, la periferia y la centralidad, la hipérbole y la modestia, el trazo grueso, o el detalle grandioso, incluso la iniciativa humilde que nos recuerda lo que fuimos, y lo que queremos construir. Con la edad, siendo los mismos colores de siempre, las banderas solo sirven si en ellas uno identifica la vivienda para nuestros hijos, la pervivencia del baladre, el atardecer en la Albufera, la belleza inigualable de nuestro paisaje, el trabajo del día 10, y de los días siguientes, para que la ambición y la determinación no supongan un paréntesis reservado para el 9 d'octubre, sino continuo.
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