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Conflictos y debates

Ya hay programas que serán capaces de sustituir lo original

Jueves, 3 de octubre 2024, 23:45

Hay conflictos antiguos, los de siempre. Querellas modernas que no queremos abordar. Hay debates menores, estériles, sin perspectiva. Y asimismo debates de calado, de esos ... que nos acostumbramos a orillar, porque es más cómodo procrastinar. Lo afirma un plusmarquista en esta materia, que reclamaría un asistente personal que le obligara, incluso con amenazas, a tomarse en serio determinadas cosas. A la sociedad le pasa lo mismo. Prefiere demorar su desarrollo y los avances en los conflictos de siempre, los ya conocidos, las guerras de familia, antes que cambiar el objetivo de la agenda pública. Siempre llegamos tarde. Pensamos que el futuro es lo que ha de llegar, pero el futuro se construye en el presente, y cuando uno menos se da cuenta, ya ha tomado posesión de la realidad. En el ámbito de la creación y de la belleza, sucede con el debate de la Inteligencia Artificial. Nos enredamos debatiendo acerca de los derechos del autor, y de qué manera protegerlos, cuando en esencia ya hay programas que serán capaces de sustituir lo original, y ya será tarde. No hay otro debate más urgente que ese sobre la creación. En nada, uno mismo, con sus propios escritos, será capaz de pedirle a un asistente que construya, con estas columnas, un libro de circunstancias, uniendo todas las reflexiones. O la propia máquina, una vez diseñado el personaje, tendrá la habilidad de ahorrarle a uno un par de páginas de diálogo, escribir poesías mezclando el estilo de distintos autores, de distintas épocas. Versiones escritas, de la misma manera que existe un simulacro de cuadro de Andy Warhol. Está claro que eso no tendrá genio. No será auténtico. Pero de qué sirve esto si cada vez son más escasas las personas que serían capaces de identificar un Baudelaire, un Brines, y sería suficiente una versión generada por IA de los clásicos. Cuando se plantea el tema, uno intuye que ya mismo habrá editoriales especializadas en ese tipo de producto, sin autor, sin creación. Novelas a las que podamos cambiar el final. Una Ana Karenina a la que moldear a nuestro antojo, o una Madame Bovary a la que situemos en un consultorio médico en la Vall de Gallinera. De hecho, las editoriales y los periódicos tendrán que incorporar algún código que identifique la trazabilidad del escrito, el porcentaje de autenticidad de las cosas. Exigimos la composición de los alimentos, y el porcentaje de azúcar, mientras continúan existiendo trabajos académicos de dudosa originalidad. Todo llegará. Hasta que al asistente le podamos decir que no podemos ir a esta o aquella calle, sino a la esquina en donde estaba la Casa de los Caramelos.

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