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Descanso hoy de curiosidades de la hemeroteca, y de la lectura del Jornada. Iba a escribir de la memoria, y de la cancelación, y del ... recuerdo interesado de la biografía de las personas, pero habrá tiempo. 'Tener' una columna es una concesión gozosa a la opinión, pero le obliga a uno a cierta responsabilidad, aunque sea incómoda, pero no para manipular ni tratar de influir en el prójimo. Dios me libre. Es, sin más, para desempeñarse, y puede que despeñarse, en la rica y plural gama de los grises, aunque la trinchera del rojo y del azul proporcione mucha comodidad. Me refiero, cómo no, al caso del reconocimiento del Estado palestino. Este mundo es tan al revés, anómalo y manipulado, que mientras escribo palabras me voy pegando los adjetivos que sé que me dedicarán. Soy consciente que pronunciarse en contra me señala, y ya se sabe que en esa materia, lo dicen miles de años de la historia de la humanidad, ser señalado es el anuncio previo a la segregación, el gueto, el campo de concentración y la solución final. Ahora los trenes serían de alta velocidad, y el Eichmann del siglo XXI manejaría la logística con idéntica frialdad y determinación burocrática, pero con la ayuda de hojas Excel, y memoria USB. Además, en el seno de las sociedades europeas se encontraría aliados, en manifestaciones de bulevar, henchidos de retórica kumbayá, de respuesta de participante en concurso de belleza abrazando la paz, y el deseo de que acabe el hambre en el mundo. Pretender ahora que el reconocimiento, sin matices ni condiciones, sin límites ni perspectiva pueda ser una contribución fructífera a la paz, es no haber comprendido nada. Entendería, y hasta desearía, cualquier clase de iniciativa dirigida a conseguir un alto el fuego, como también en la sociedad israelí sucede, aunque nunca uno escuche una voz de prudencia, alejada del odio, en el otro bando. Nadie señala a Hamás. Nadie está atento a lo que sucede en cualquier país del entorno. Dirigir la mirada a Israel siempre es lo fácil, el caballo ganador del ADN antisemita, lo que nunca falla, aunque la banda sonora de los eslóganes sea, en voces que se pretenden progresistas, aquello del 'Desde el río hasta el mar', lo que implica la desaparición de Israel, ni un centímetro de tierra para Israel que no sea el de los cementerios. Pastillas de combustible para encender de nuevo la hoguera. Ya ha comenzado, sin estrellas amarillas, la estrategia de la difamación. Francia ya está repleta de incidentes y agresiones antisemitas, con una normalidad inusual. Hablemos de paz, por supuesto, pero de toda la paz, no solo de la paz, y del silencio del «judío de la maleta» del que hablaba Walter Benjamin, en sumisa fila hacia el crematorio. Y sí, es una cortina de humo, el mismo humo de las chimeneas.
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